miércoles, 27 de noviembre de 2019

Punto y coma

Podría haber sido una discusión más pero fue el punto final. Después, sólo silencio. Un silencio ancho frío y duro. Un silencio absoluto. Nada. Una forma brusca de terminar una relación. Pero a veces las cosas que no sabemos importan más que las que sí sabemos. El golpe fue tan grave como el silencio que trajo consigo. Las colisiones frontales son con frecuencia las más violentas. Podría haber sido una discusión más pero el accidente lo cambió todo.

En el peor momento, cuando la pelota de tenis toca el nervio de la red, como en aquella vieja película de Woody Allen, en un match point. En un momento decisivo. Podría haber sido un accidente saldado con alguna fractura pero lo que se quebró fue la propia consciencia. 9 años de coma. 9 años de silencio. De una discusión absurda, casi rutinaria, 9 años de nada. De lo que hay tras un punto final.

Cuando descolgó el teléfono reconoció su voz al instante. Y fue como desvelar un misterio, como la explicación que siempre había esperado, como el primer orgasmo, como haber convencido al mundo de que en verdad está equivocado.

miércoles, 5 de junio de 2019

viernes, 11 de enero de 2019

Los cojones del mosquito

Tal vez el mosquito sea uno de los bichos más odiados sobre la faz de este curioso planeta.
En general, la idea de parásito, nos repugna en algo a todos.
Y, sin darnos cuenta, con ese juicio, estamos elevando a mejor categoría, ¿a qué seres?

¿Son mejores acaso las plantas que parasitan el sustrato y compiten ávidamente entre ellas hasta formar masas inescrutables?
O los por algunos glorificados depredadores que no se bastan con una parte de la sangre sino que la derraman toda e ingieren la carne, sí. ¿Es eso acso más noble elegante?
Pues no sé, por lo general los depredadores suelen atacar a presas más pequeñas en solitario o juntarse varios para obtener una más grande ellos. Ahí, muchos contra uno.

¿Y el mosquito? Pues dejadme que os diga que el mosquito es tal vez uno de los bichos con más cojones de toda la naturaleza.
Y eso que sólo pican las mosquitas, por lo que dicen.
¿Pero cuántos se juegan el tipo con presas miles de veces mayores que uno, eh?

Y son audaces sí, no les basta con picar una vez y huir atemorizados, no, no, tientan al destino, desafían al peligro para obtener unas míseras gotas del mágico maná que les procura la vida, sin que a sus víctimas les suponga más que una molestia menor.
A veces incluso avisan con su trompetero vuelo, y el que avisa no es traidor. Todo lo contrario que los glorificados felinos, agazapados tras la maleza.


Quizás fuera razonable que tomáramos más ejemplo del mosquito y no de tigres, leones, hienas o buitres.
Pero claro, el mosquito transmite enfermedades, aunque dudo que sea un acto voluntario y consciente, y es muy molesto, el cabrón.
Pero más pica una abeja o una avispa y ni siquiera lo hace para procurarse alimento.
Igual lo que jode de un mosquito es que te deprede parcialmente una criatura tan insignificante, pero precisamente ahí es donde se halla su gloria. Para cojones, los del mosquito. Y además vuelan, los cabrones. Si al final va a ser envidia...

miércoles, 9 de enero de 2019

Pensar juntos

"Tienes que pensar por los dos, por todos nosotros"

Algo así le dice Ingrid Bergman a Humphrey Bogart y de alguna manera ese es el ideal que ha dejado poso en la cultura.
No en vano el razonamiento es producto del individuo salvo en la ciencia ficción más alienígena que imagina mentes-colmena.
Me gusta esa escena. Al fin y al cabo yo soy, en cierto modo ya, de otra generación que la de muchos de mis coetáneos.
Apela a algún tipo de responsabilidad de alguien más sólido, más entero, con costuras más fuertes que el resto y es fácil imaginarse a grandes o no tan grandes estadistas imbuidos por un espíritu similar.
Vista hoy a buen seguro que muchas feministas se tirarían de los pelos pero francamente, lo que me interesa de ese diálogo no tiene nada que ver con la cuestión de género.
Habla de un individuo teniendo en cuenta los intereses de varias partes en una situación delicada en busca de la mejor solución.
Más dudoso es que esa solución óptima sea la que se desarrolla en el film, pero lo interesante es que habla de cierta concepción del mundo.

Y muestra a Ingrid Bergman en gran medida desesperada, al pie de un desvío sin saber qué camino tomar, incapaz de decidir por sí misma y delegando en alguien con espaldas más anchas para acarrear tormentos ("De todos los garitos de todos los pueblos, de todo el mundo; ella entra en el mío.") y un mal disimulado buen corazón.

No es cierto, en realidad Rick lleva mucho más tiempo hecho pedazos. Pero tampoco es eso lo que me interesa.

Pensar, decía, tienes que pensar por todos nosotros. Se puede establecer un símil con el papel de ciertos prohombres en la sociedad, cómo los menos preparados o menos capaces ceden su capacidad de decisión (o precisamente por su incapacidad) en aras de otros tal vez con más hechuras. El problema es que, por lo general, como con ese débil (de lo contrario no hay épica) Rick, no es realmente el caso.

Pero esto no tiene que ver mucho con una vieja película de cuando el cine carecía del más elemental color, en estos tiempos en los que suele carecer del aún más fundamental guión.
Tiene que ver con el acto de pensar, de como se organiza la sociedad o como se debaten las ideas y se intercambian opiniones en su seno.
Como ya se ha apuntado, Ingrid Bergman vendría a representar al común de los ciudadanos que se abandona y Humphrey a los que sí están en posición de pensar y decidir por todos. Sucede que no parecen gozar de tan buen corazón y honestidad, a la vista de los acontecimientos, y no diría que el pobre Rick fuera precisamente sobrado.

El problema es que, cuando se discute una idea, las partes enfrentadas, y ésta definición es parte del problema, pretenden pensar de alguna manera por todos. Y por supuesto hay que tener en cuenta a todos pero parece difícil pensar por ellos.
Lo que quiero decir, y está por ver si encuentro la manera, es que cualquier discusión o debate parte de presupuestos del todo estériles. Lo más habitual es ver como una parte vomita sus argumentos, la otra hace lo propio, después se van cada uno a su casa y se recuenta quien ha levantado más aplausos para establecer un necesario ganador. No hace falta ahondar más para advertir lo inútil de tal ejercicio.

Como suelo comentar, no es un problema de capacidades intelectuales, no somos ese gato dando saltos ante un espejo incapaz e reconocer su propia imagen. Más bien es un problema de honestidad. Porque uno sabe igual de bien las ideas que lleva a un debate y las que se trae; las mismas. Porque ceder es perder y se trata de una confrontación. Porque no existe tal cosa como el interés general y cada uno se halla enterrado en su propia trinchera en una guerra sin tregua ni final.

En realidad nuestros Rick no piensan en todos, piensan en ellos mismos y en lo que debe hacer el resto para favorecerles, y todos somos ese alcohólico desengañado y resentido, en cierto modo.

Y el problema es de honestidad porque, si alguien siente un amor incondicional hacia lo cierto y lo verdadero, ¿cabe otra reacción que el agradecimiento cuando se nos demuestra que estamos incurriendo en un error? Pero no, eso no es lo que suele pasar. Como mucho se admite a regañadientes tratando de empañar la claridad de las conclusiones y arrojando la sombra de la duda en la medida de lo posible. Tal vez es sólo que no nos gusta la verdad. Y eso sí que es jodido porque es lo único que hay.

Entonces, viendo la tónica bajo la que cualquier discusión se desarrolla, en las mismas y exactas claves que un confrontación bélica, se me ocurre, inocente de mí, que hay maneras más fructíferas de abordar la cuestión.
Y el problema aquí es que en nuestras culturas, en todas nuestras culturas, y diversas son, existe una desmedido amor incondicional por el yo.
Si uno se para a pensarlo es bastante absurdo: nadie escoge donde ni cuando nace, ni a su familia ni sus genes ni el contexto que lo determinará, pero nos pasamos el resto de nuestros días ejerciendo de abogados de nosotros mismos.
Seamos culpables o no es indiferente, pues todos los acusados tienen derecho a que se les procure una defensa, culpables o no, y de ese modo vemos pasar hasta el último de nuestros días.

Decía que el interés general, el bien común. es para muchos individuos poco menos que una entelequia producto de la fantasía, una abstracción matemática que no halla reflejo alguno en la realidad que habitamos. Se percibe únicamente el interés propio que desde luego es el más inmediato y acuciante.

Y se percibe que se ha de proteger a todo costa incluso por encima de ese mismo interés individual de los demás. Y eso, aunque egoísta, podría ser hasta razonable en determinadas circunstancias, pero es como jugar una partida de billar viendo solo los movimientos de la bola blanca y la que ésta va a golpear. Si no se ve toda la arquitectura de carambolas y retruques que va a producir la jugada, pues tampoco puede uno maldecirse por sus estupidez cuando la sagrada bola blanca termine en el agujero.

Si uno es capaz de elevarse sólo un poquito por encima de sus intereses particulares más inmediatos no es difícil advertir que va a tener que jugar con todas las bolas que hay en la mesa. Lo normal en billar es ir a tiro hecho pero lo cierto es que la vida es mucho más complicada que una mesa de billar y rara vez, por no decir nunca, se presentan jugadas limpias. En todos los sentidos, me temo.

Cierto es que vivimos en el lodo de las trincheras. Aquel que obtiene las cosas a través del sometimiento jamás podrá si quiera conocer todas aquellas otras que es imposible obtener a través de éste. Al final, egoísmo y altruismo, cuando el primero no es necio y el segundo blando, necesariamente convergen. Al parecer muchos se hallan aún muy apartados de estas conclusiones. Puedo equivocarme, pero pienso que no hay otras.

Si partimos de algo tan elemental como que hay una sola verdad que es lo que a la postre nos vincula, podrán haber mil puntos de vista, pero siempre estarán mirando lo mismo, por diferente que se vea. De heho sorprende nuestra incapacidad de ponernos de acuerdo absolutamente en nada. Como observaría el Perich con ironía en lo único que estamos todos de acuerdo es en que la unanimidad no existe.

Parece que preferimos quedarnos secos y enjutos, anquilosados abrazando nuestro pequeño trocito de mierda antes que crecer.
Antes que elevar nuestra razón por encima de lo que consideramos nuestros intereses particulares y cuya consecución, para mayor ironía, termina por brindarnos más perjuicios que beneficios incluso en términos exclusivamente directos.
Nos morimos literalmente de imbecilidad, lo cual tiene sentido, por imbecilidad nos matamos.
Lo estremecedor no es que no nos demos cuenta, es que ni siquiera a través de las herramientas de las que nos hemos dotado para progresar en nuestras conclusiones, el razonamiento y el intercambio de razones mediante la discusión, apenas nos hemos movido del páramo en el que nos hallamos. En términos literales se puede afirmar que ni siquiera sabemos donde cojones estamos.

Cuando se discute, dicen (aparte de mí, que discuto también solo) se discute con alguien. Pero eso no es del todo cierto. Nosotros discutimos contra algo o alguien. La preposición lo cambia todo. Incluso la propia idea de discusión contiene un poso peyorativo, como de agresividad, de violencia, de confrontación. Tal vez sea porque, lo que realmente se confronta son intereses y no razones. Las razones van todas en una sola y única dirección.

Así es una mesa de debate. Unos a un lado, otros al otro, literalmente enfrentados. En sentidos opuestos, como se hallan nuestros intereses cuando los prolongamos más de lo correcto. Se afirma que los derechos de uno acaban donde empiezan los de otro pero además de ser pura retórica a nivel práctico lo que no se dice es cuánto recorrido efectivo tienen los de cada quién. Y si unos reman para un lado y los otros para el contrario, la barca no avanza. Sólo da vueltas sin ir a ninguna parte como el mundo en el que vivimos.

Lo lógico en realidad es pensar juntos, no unos contra otros. Me siento estúpido escribiendo algo tan evidente como esto. Y al parecer algunos ni siquiera parecen darse cuenta. Y la gran ironía es que es esa lógica de la escasez y la disputa la que nos mantiene en la escasez y la disputa. Tenemos un arsenal de productos tan efímeros como inútiles para contentarnos, claro, a nuestra perfecta semejanza: efímeros e inútiles. Y vivir engañado es lamentable, pero no tanto como vivir equivocado.

Carece de sentido cualquier discusión en los términos adecuados. Cuando uno advierte en su interlocutor una intención pérfida en obviar cierta información o en malinterpretarla voluntariosamente algún dato, uno dispone de la inequívoca certeza de que está perdiendo el tiempo, carece de sentido proseguir, tal vez el tiempo aún no ha llegado.

Es tan imposible enseñar a quien no quiere aprender como aprender de quien no quiere enseñar. Lo cierto es que no sabemos pensar juntos del mismo modo que hay gente que no sabe follar junta. Se follan unos a otros pero difícilmente se puede decir que follen entre ellos. Y el símil no es gratuito, hace falta algo de cariño, de comprensión, de tolerancia, de conocer al otro y de ese amor que no tiene mucho que ver con lo que se suele llamar amor.

Porque mientras uno no se halle en posición de desprenderse de sus intereses particulares será físicamente incapaz de ponerse recíprocamente a disposición del otro para poder sumar en vez de restar, y si no es una actitud común en nada mejorará la situación, como señaló Nash con su conocido dilema del prisionero. La opción óptima para el individuo nunca será la opción óptima para el colectivo. Y uno puede si quiere ponerse egoísta. Pero es que la situación óptima del individuo procede de la situación óptima del colectivo. Desde el teorema de Gödel parece que la más férrea lógica lo que nos demanda al fin y al cabo es un acto de fe.

Discutir y pensar juntos son conceptos antagónicos. Y se puede ir de uno a otro más rápido de lo que parece, tal vez ambas situaciones encierren algo de lo opuesto si más no de forma latente. Lo cierto es que hemos dispuesto el mundo en forma óptima para la corrupción de todo lo bello que hay en el ser humano.