jueves, 29 de diciembre de 2016

Amor y odio

-La gente me ama y me odia.
-¿Por qué te aman, maestro?
-Porque les ofrezco la verdad.
-¿Y por qué te odian?
-Porque les ofrezco la verdad.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Fundido en negro


Picaron a la puerta de la habitación. La enfermera, que estaba cambiando la bolsa de suero abrió la puerta.
-Hola, soy el subinspector -----, vengo a ver al paciente ----- ----- -----.
-Sí es aquí adelante.
En la cama, un paciente en estado grave. Acababa de sufrir un accidente. Le habían atropellado cuando volvía del trabajo y podía contarlo de milagro.
Tenía ante sí al policía que debía tomarle declaración una vez su estado de salud, aún revistiendo cierta gravedad, se había estabilizado.
El subinspector se presentó y su primera pregunta fue:
-¿Cómo se encuentra?
El paciente describió un semicirculo ascendente de derecha a izquierda con sus pupilas. La enfermera le había ayudado a apartar la mascarilla de oxígeno.
Estaba cansado y probablemente aturdido debido a los efectos de la medicación y las consecuencias del accidente.
-He tenido días mejores.
La respuesta fue seca pero no pudo menos que despertar una leve sonrisa en su interlocutor.
-Por supuesto. ¿Sabe por qué estoy aquí?
-Para tomarme declaración, sí, me han avisado.
Cabeceó vagamente en dirección a la enfermera. La mitad de su rostro era una paleta de tonos rojos y violetas y algunas pinceladas ocres del antiséptico. Tenía un pómulo muy hinchado que le impedía abrir completamente un ojo cuyo blanco había sido invadido en parte por la sangre.
-¿Cree Vd que está en condiciones de...?
-Sí, sí...
-De acuerdo, entonces...
-Pero no me trate de Vd.
Le costaba pronunciar las palabras.
-¿Perdón?
-Que no me trate de Vd., por favor.
La respiración le era bastante dificultosa y su cara estaba constreñida en una mueca de dolor constante.
-¡Ah, claro! Cómo no. De acuerdo. Bueno, te voy a pedir que me expliques todo lo que recuerdes del accidente, cómo fue, qué viste, todo lo que recuerdes.
Sacó una pequeña libretita del bollsillo de la chaqueta que incoporaba un bolígrafo y la abría y presionaba el boli mientras pronunciaba las palabras. Pura rutina.
-¿Y no sería más fácil grabarlo?
-¿Eh? ¡Ah, grabarlo! Con el móvil dices... Bueno ya hay, hay compañeros que lo hacen, sí. Yo es que ya soy de la vieja escuela, supongo. Bueno, ¿qué pasó?
Le sabía mal preguntar de nuevo pero le costaba bastante entenderlo. Compadecía inevitablemente a aquello que quedaba sobre la camilla del ser humano que un día fue.
El paciente hizo además de incorporarse levemente pero sin apenas moverse un ápice.
-Enfermera, podría...
-¿Sí?
Tras cambiar la bolsa de suero parecía estar repasando que todas las máquinas a las que el paciente estaba conectado estuvieran funcionado correctamente.
-¿Podría dejarnos a solas?
-Claro que sí. Pero si necesita cualquier cosa ya sabe donde está el timbre.
Terminó de revisar la conducción de unos tubos y ya iba camino de la puerta.
-Después vendré a verle.
Su tono era afable. Mientras salía deslizó la mano por encima del hombro del policía a la vez que le sugería en tono algo más bajo pero aú claramente audible:
-No le canse mucho.
Luego ya más alto a ambos:
-¡Hasta luegooo!
Así, alargando la o.
La ceja del inspector que se había arqueado tras escuchar la petición del paciente volvió a su sitio para responder a la enfermera, que se marchaba tras el respaldo de su silla, negando con la cabeza.
-No, no, descuide, será un momento.
La puerta se cerró suavemente.
La ceja del inspector volvió a su posición previa de elevación.
-¿Y bien?
El paciente carraspeó un poco.
-Perdona, ¿me has dicho que te llamas?
-Soy el subinspector ----- -----.
-Subinspector… ¿Y eso es mucho?
-Bueno, es menos que inspector pero supongo que no puedo quejarme.
El amasijo de heridas que era el paciente pareció intentar esbozar un sonrisa que de inmediato reprimió un gesto de dolor.
- Bien, bien… como verás… estoy un poco jodido y me cuesta un poco… me duele hasta hablar.
-Ya veo.
-Te voy a pedir que me escuches unos minutos y después me interrumpes, me preguntas, lo que quieras. Tengo algo importante que contarte.
La ceja que aún quedaba baja en la cara del inspector se puso pareja a la otra.
-¿Del accidente? Bueno, tú dirás.
Se revolvió un instante en su silla.
-Han intentado matarme.
-¿Cómo?
-Pues con el coche ese…
-No, ya, bueno, quiero decir, ¿por qué? ¿Conoces al conductor?
-No, no, no es tan sencillo.
El ceño del policía se frunció y las arrugas horizontales de incredulidad se transformaron en verticales de escrutinio. Permaneció a la espera, a la escucha, inmóvil.
-Verás yo… yo no soy nadie conocido ni nada, claro… Ni es que sea nadie importante ni nada pero, bueno, para cierta gente si que soy, de alguna manera, un problema.
El tono era lento, tranquilo y pausado, con un poso de decepción.
-¿Tienes deudas, algún enemigo? ¿Estás metido en drogas?
-No, nada de eso, no. Deja que te cuente.
El paciente no podía verlo pero el subinspector acababa de dibujar un sinuoso interrogante en su libretita que repasaba de arriba a abjo y de abajo arriba, y redondeaba y acrecentaba el punto mientras esperaba a que el accidentado retomara el aliento.
-A ver.
-A ver… por donde empiezo. No es nada de drogas, no me dedico a eso. Ni tiene que ver con el trabajo. Yo no tengo estudios. Estudios formales. Pero eso no quiere decir que no haya estudiado.
A mi manera he estudiado: algo de física, economía… historia. Muchas cosas. Y muy dispares, la verdad… Pero todo está relacionado de cierta forma, ¿no es verdad?
El inspector lo miraba ahora acodado en el reposabrazos de su silla con la mano que sujetaba el bolígrafo tapándole la boca y la mirada aguzada. Como pensando precisamente en que ralación podría tener todo aquello con accidente rutinario del cual estaba elaborando el atestado.
-Quién calla otorga, ¿no dicen eso también?
Prosiguió el paciente y amagó una sonrisa seguida de unas breves toses.
-La cuestión es que he descubierto algunas cosas, nada que no sepan muchos, pero sí algunas cosas que no sabe la mayoría de la gente.
-¿Por ejemplo?
Lamentó la interrupción y el escepticismo desde su cama con una leve mueca de condescendencia.
-Cosas, por ejemplo, como que los bancos fabrican el dinero para ellos mismos. O que, muy posiblemente, se estén bloqueando ciertas teorías científicas que podrían conducir a un cambio de paradigma en la energía. O que nuestra historia se parece en poco o en nada a lo que nos contaron a todos en el colegio.
El policía suspiró profundamente.
-Crees que estoy loco, ¿no? ¿Qué va a tener que ver el colegio en todo esto? Pues sí, sí. El colegio. Desde el colegio. Porque a los profesores les paga el sueldo el mismo que decide lo que se enseña.Y el que decide lo que se enseña decide lo que se sabe, y, más importante, lo que no.
Porque si la gente no sabe cómo, no sabe el cómo, no sabe ni siquiera que les están robando... a manos llenas, no puede ni quejarse, son esclavos y ni siquiera lo saben.
Sí, esclavos, ¿de quién? Pues de algunas personas a las que no les interesa que se sepan una serie de cosas. Ellos fabrican el dinero mientras los demás nos pasamos la vida trabajando para ganarlo. Compran a los políticos, los gobiernos, los ponen ahí, les pagan su sueldo.
Y ellos pagan a los maestros y les dicen qué enseñar pero los maestros ni siquiera saben. Y la gente, mucha, la mayoría, vive como esclavos, con mejor o peor suerte y sienten que son esclavos, y saben que están jodidos sólo que no saben bien por qué. Se quejan, sí, y hacen manifestaciones y huelgas y se quejan de los políticos, pero no logran apenas… ni arañar la falsa apariencia de justicia de la que el sistema se ha dotado y nos han inculcado desde niños, en las escuelas, en las familias.
Y se enfadan, rompen y queman cosas y creen que lo hacen por esto o por aquello otro, por este gobierno o por aquél, pero la verdad es que están jodidos desde mucho antes de todo eso.
Y además, cuando se cabrean, les mandan a tus colegas, los de las porras, les mandan a otros esclavos que también están jodidos y cabreados y con ganas de desfogarse. Los unos contra los otros. ¿Y quién los manda? Pues el mismo que les paga el sueldo a unos maestros que ya se han asegurado de que no sepan, para que no puedan enseñar, el mismo que te paga el sueldo a ti, sin ir más lejos, sí...

El discurso fue largo, concediendo a cada palabra su peso y su tiempo, a merced del estado febril del paciente. Un estado así podría justificar ciertos delirios. Durante la larga charla el rostro del subinspector iba palideciendo hasta que por fin se levantó de su silla. Su mirada era severa y sus palabras fueron calmas:

-Vaya, parece que eres muy listo pero, ¿puedo hacerte una pregunta?
El paciente se dio entonces cuenta de su irremediable error, sus propias palabras le había llevado a la conclusión correcta sin ser capaz de preveerla, la metáfora se había convertido en realidad. Enmudeció y el policía no aguardó respuesta:

-Con lo listo que eres, ¿tú crees que el que me paga a mí el sueldo va a permitir que un mierdecilla como tú le desmonte el tinglado?
Se dirigió con toda tranquilidad a esa máquina con una línea verde que marca el ritmo cardíaco. El pitido dejó de sonar.
-Igual no eres tan listo como te crees.
Se acercó a la cabecera de la cama con una almohada que extrajo de un pequeño armario en la habitación. Fundido en negro. Fin.