1.Lunes
Dos policías de tráfico toman café en mitad de la noche apostados dentro del coche en una carretera secundaria, ocultos por unos matorrales, en un lugar tranquilo, supervisando un radar. Habla el policía más mayor, sentado en el asiento del copiloto.
-Estuve en San Diego hasta hace un par de años. Pero cuando Molly cogió a los niños y se fue me vine para aquí. Nada interesante.
-Como en todas partes, supongo.
-Participé en la detención en el tiroteo del colegio Cleveland, hace ya muchos años, ¿lo recuerdas?
-10 o 12 personas, ¿no?
-Entre muertos y heridos… y ¿sabes lo que dijo cuando la detuvieron? Que no le gustaban los lunes, ¿te imaginas? Que no le gustaban los lunes… ¿a quién cojones le gustan los lunes?
El policía apura su café y sacude la cabeza de un lado a otro. En ese momento pasa un Camaro negro superando levemente el límite de velocidad con una luz trasera rota, tras verlo se miran el uno al otro:
-Parece que tenemos un candidato a sanción, ¿vamos?
-Vamos a ver qué ha pasado con ese faro trasero, además ya estoy de esto.
Se deshacen de los vasos, arrancan y encienden la luz de la sirena mientras aún están masticando sus donuts. Al poco las luces del coche patrulla son visibles desde el retrovisor del Camaro, que no iba más rápido de lo que se suele circular sin la presencia de la policía y reduce poco a poco la marcha hasta detenerse.
Es una noche con bruma, se ve la silueta de los policías y de la parte trasera del coche en la distancia recortados contra la niebla en una comprobación rutinaria. Al poco suenan tres disparos y los policía caen.
Entran los títulos de crédito con el ruido del motor del Camaro desapareciendo entre la niebla y la oscuridad, mientras suena Walk, don’t run de The ventures.
2. Antwan
-En otras circunstancias te diría que lo que le sucedió al señor Wallace fue lamentable y grotesco, respetaba a Marsellus, pero viendo lo que te hizo, bueno, lo cierto es que no tiene justificación. Incluso me atrevería a decir que se trata de algún tipo de… justicia poética.
Big Joe tiene delante a Antwan, aunque la cámara aún no lo muestra, al que trata con indisimulada condescendencia mientras observa y evalúa el alcance de las secuelas de su reciente vuelo de cuatro pisos.
-Además, desde su trágico fallecimiento supongo que debes pensar en tu futuro y más teniendo en cuenta tu... situación. Así que cualquier información que considere interesante sobre los negocios del señor Wallace será generosamente retribuida, siempre que resulte de mi interés. Así que, ¿qué es lo que tienes para mí, Antwan?
La cara de Big Joe que había permanecido lejos de la luz de la lámpara sobre la mesa del pequeño despacho en el puerto le ilumina de forma algo tétrica al inclinarse sobre la mesa y apoyar los brazos con los dedos entrelazados.
Antwan, con semblante serio, intenta arrancar a hablar pero se atraganta dado su estado lamentable, que se refleja en la cara de Big Joe.
-¿Estás bien? Bebe un poco de agua.
Big Joe llena un vaso con una jarra y se lo ofrece a Antwan, que empieza a hablar lento y marcando las palabras:
-...no, no, estoy bien. Me han operado hace poco. (Muestra el principio de una larga cicatriz que termina o empieza en el cuello). Me cuesta un poco hablar. Pero te voy a explicar por qué Marsellus hizo que me tiraran por el balcón. La cagué con algo valioso para él.
-¿La señora Wallace?
Antwan le miró un momento en silencio, decepcionado por lo rápido que viajan los rumores y a la vez frustado por la dificultad para hablar.
-No. Algo mucho más valioso, no tiene nada que ver con Mia. Ella no sabe de qué se trata.
-Entonces será más fácil que quitarle un caramelo a un niño- sonrió Big Joe con malicia.
3. Mia
Aparece en imagen la pálida cara de Mia Wallace, con la boca entreabierta y los ojos cerrados, como durmiendo, recortada contra un fondo oscuro. Al poco una palada de tierra la cubre un poco y otra un poco más.
La cámara toma el punto de vista de Mia, desde un agujero en la tierra cuyo límite corta en diagonal la pantalla. Más arriba asoma la cara de Raoul que se seca el sudor de la frente, y tras él la noche. Suspira y sigue arrojando más tierra con la pala.
Cuando termina arroja la pala dentro y cierra el maletero del Camaro. Durante toda la escena suena Cry, cry cry de Unrelated segments. El Camaro enciende los faros y gira para deshacer el camino de tierra por el que ha venido, hacia la carretera de nuevo.
4. El tarado
Un policía (viejo) entra en comisaría dispuesto a iniciar su turno, su compañero (joven) lo espera junto a la máquina de café con una taza en la mano.
-No te lo vas a creer. -¿Qué? -Han encontrado tres cuerpos y a un tipo en el sótano de una tienda, atado a un poste, vestido completamente de cuero y con tachuelas y mierdas de esas…
-Ya, bienvenido a LA, ¿no?
-…parece que ha estado alimentándose de uno de los cuerpos durante días hasta que los vecinos han avisado por el olor. Le han tenido que identificar por placas dentales, se le había comido completamente la cara, partes blandas… y no había manera de tomar huellas. Pero es que no te imaginas quién era.
-¿El muerto… de la cara comida? Ni idea.
-El mismísimo Marsellus Wallace.
-Vaya. ¿Y los otros?
-Un policía y el dependiente. Al policía le habían volado las pelotas, seguramente Wallace, no te gustaría ser invitado al tipo de fiestas que celebraban en ese sótano.
-¿Un poli?
-Pero aún hay más, el tipo vestido de cuero… ha contado que llevaba meses en ese sótano durmiendo en un baúl y participando en cierto tipo de... prácticas.
-¿Meses?
-Desde que desapareció en el condado de Orange. Lo tienen en la sala del fondo.
-Uff. No creo que la música de esas fiestas sea de mi estilo.
El policía viejo se dirige hacia las taquillas con cara de embobado mientras rememora las palabras de su compañero, pasando por enfrente de la sala donde se halla el detenido mientras algunos policías más conversan en el exterior y por un momento cruza la mirada con el detenido sentado y esposado tras una mesa, en un travelling a cámara lenta mientras suena Land of 1000 dances de Cannibal & the headhunters.
5. Sarah
Raoul entra en un bar con ambiente folk y saluda al camarero, hay una mujer de pie delante del micro con un vestido ajustado azul, cantando al fondo con la banda It’s all over now, baby blue de Marianne Faithfull: -Qué hay, Mike. Lo de siempre.
El camarero vuelve con un vaso de bourbon con hielo. -Hey, Raoul. -Hombre, Larry, tú por aquí, cómo no. -Hace un tiempo que no se te ve, tampoco por la partida. -A diferencia de ti, supongo.
-¿Te has enterado de lo de Wallace? -Y quién no en esta ciudad.
Raoul no está en absoluto interesado en la compañía de Larry pero la ve con cierta simpatía pasiva, al menos con él puede estar por un momento relajado. Está con la espalda apoyada en la barra, medio recostado y Larry ha tomado asiento detrás con su cerveza.
-¿Es estupenda, eh?- Larry señala con la botella tímidamente al escenario mientras la música suena, Raoul asiente sin responder ni moverse mirando a la banda.
-No sé por qué no triunfa más, tal vez lo que le falta es operarse las tetas.
Raoul se gira hacia Larry sin mediar palabra y con gesto quedo.
-Quiero decir, están perfectas, pero lo que vende es el plástico. Lo que sale en la tele es todo puro plástico y botox y mierdas de esas. Pero por mí están bien como están…
-Sí, arréglalo. No sé por qué pero las tetas de mi novia no es una tema que me apetezca comentar contigo. Sarah está bien donde está. Por cierto, ¿qué hay de aquello que me debías?
La canción va terminando.
-Vaya, ya veo que no quieres compañía. Te lo devolveré. Pero no sé cuando, estoy en una mala racha.
-Tu vida es una mala racha, Larry
Larry se levanta apresuradamente apurando de un trago largo el resto de su cerveza: -Ya, ¡nos vemos!
-Sí, eso, huye, como una sabandija… ¿Te lo puedes creer?
Mike sonríe a cierta distancia por debajo de la nariz mientras Raoul sigue recostado en la barra mientras Sarah baja del escenario y se dirige a la barra del no muy grande y menos poblado local mientras la banda sigue con Sleep walk de Santo & Johnny.
-Hola forastero, ¿me invitas a una copa?
-Vaya, ¿no te acuerdas de los viejos amigos ahora que eres famosa? Además, tú aquí bebes gratis.
-Ya veo que no quieres jugar. ¿Mal día en el trabajo? Mike, ponme una copa, por favor.
- Ni bueno ni malo, uno más. O uno menos.
- Ya, un día de esos.
Se hace un silencio.
-¿Recuerdas lo que hablamos de Florida?
- Sigues con eso, ¿eh?
-No, es sólo que…
Suena el busca de Raoul y lo interrumpe:
-...perdona, tengo que… hacer una llamada.
-Por supuesto.
Raoul se dirige al teléfono del bar y marca el número de Big Joe que en seguida contesta:
-¿Raoul? Tienes que venir cagando hostias. -¿Qué ha pasado? -Tenemos un problema, un problema grave. -¿Qué tipo de problema? -De unos 60 kilos. -¿Qué? -Joder, que tienes que venir, ¡ya! -Ok, ok, entiendo, 20 minutos.
Vuelve a la barra, paga su copa y se despide de Sarah:
-Tengo que irme.
-Ya, ya veo… ¿qué decías de Florida?
-Ya hablaremos.
-Ya…
-Por cierto, Larry te ha comentado algo de… (se señala los laterales del torso de forma más o menos indefinida)
- ¿De qué?
-Nada, déjalo, nos vemos luego.
La besa y sale del bar apresuradamente mientras Sarah se recoloca confusa el escote del vestido y empieza a sonar Devil with a blue dress de Mitch Ryder and the Detroit wheel
Cuando Raoul sale del bar es de noche pero la cámara va girando lentamente hasta situar el plano del Camaro desde atrás cabezabajo, mientras el cielo se va aclarando, y vuelve a girar de forma súbita para devolverlo a su orientación natural. Conduce por la mañana camino de la casa de los Wallace, aparca enfrente y al apagar el coche la música cesa. Sale ataviado de una gorra de béisbol y unas gafas de sol y accede a la casa por la puerta principal con las llaves de Mia. Pasea por la casa para una primera inspección visual, ya sin las gafas de sol y mientras se coloca unos guantes de látex. Tiene una descripción bastante clara de lo que busca pero ni idea de donde encontrarlo.
Entra en el despacho de Marsellus, de aspecto bastante clásico, tonos de madera y alfombra persa. Revisa los cajones del escritorio sin éxito, en silencio. Abre el armario y a los pies encuentra un maletín con cierre de combinación de tres dígitos. Lo pone encima del escritorio, todavía tal como lo dejó su antiguo dueño e introduce la combinación que Antwan le dio a Big Joe. Tres seises, qué tendría en la cabeza Marsellus. Los cierres ceden ante la combinación ganadora.
La discreta iluminación del despacho, con la lámpara del escritorio se ve realzada al abrir la maleta y recorta la silueta de Raoul que sostiene cada parte de la maleta con una mano. La luz le ilumina el rostro al abrirlo, entre fascinado y consternado. La entrada en escena de la luz del maletín hace sonar Out of limits de Themarketts.
Lo cierra, y se queda mirando hacia un lado, pensativo, y luego la baja, a medida que la luz se desvanece hasta fundir la imagen en negro y la melodía en el silencio.
7. Bill
Un niño de unos 6 años está sentado al volante de un coche antiguo con el capó levantado en el garaje de un vecindario humilde de los años 50, jugando a hacer que conduce:
-A ver, prueba ahora.
El chico gira la llave del contacto y el motor empieza a rugir levemente.
-¡Eso es!
Cierra el capó, se limpia un poco las manos de grasa y mira a su hijo tras el volante a través del parabrisas un momento, sin decir nada, mientras suena el motor. Se acerca a la ventanilla, se agacha y sitúa la cabeza cerca de la del chico mirando como él en dirección al cuadro de mandos.
-¿Lo oyes? Es como una sinfonía. Cuando un motor está bien ajustado… tiene una cierta… música. No es una cuestión de grave o agudo, es que suena… en equilibrio. Con un pulso constante, como si respirara. Está vivo, ¿lo escuchas?
Empieza a dar unos golpecitos sobre la puerta con la ventanilla bajada acompasados con la respiración al ralentí del motor: ta-ta-tá, ta-ta-tá…
-¿Qué es una sinfonía?
El plano se funde a negro con la manos de chico siguiendo el pulso de la máquina quedando por un momento sólo el ruido del motor y se vuelve a aclarar mostrando un plano del Bill adulto con unos guantes de cuero, las manos sobre el volante en el mismo lugar y llevando el mismo pulso con el indice que en ningún momento se ha detenido.
Parece distraído pero en realidad está mucho más conectado con sus sentidos de lo que podría decirse, como llevando el ritmo de una melodía que para otros pasa desapercibida.
Mira a un lado despacio, al otro, al retrovisor, revisa el panorama con el motor encendido, esperando. Se oyen disparos, tres, cuatro, cinco, de diferentes armas. Empieza a sonar Loui Louie de The kingsmen. Desde el plano frontal, a través del parabrisas trasero, dos hombres aparecen corriendo a toda velocidad doblando la esquina, a unos cincuenta metros, en su dirección.
Al poco aparece detrás de ellos una joven asiática disparando una recortada y gritando algo incomprensible en su idioma. Bill hace el gesto de agachar la cabeza buscando mantener el ángulo con el retrovisor.
Los disparos de la recortada y alguno más siguen sonando mientras se oyen las puertas del coche abrirse:
-¡Arranca, arranca! -¡Joder! ¿de dónde ha salido la china de los cojones? -Pensaba que lo tenías tú controlado. -Mierda, nunca la había visto antes, debe vivir en el sótano. -Sí, o debajo del mostrador.
-Joder, creo que me ha dado. -A ver, déjame ver… oh, joder, mierda, estamos jodidos.
El coche ya hace rato que ha arrancado y con discreta agilidad les aleja de los problemas mientras Bill lo conduce con la tranquilidad de quien lo saca a pasear los domingos para que no se descargue la batería:
-Entrar y salir, ¿eh?
-Joder Bill, lo siento pero….¡eh, eh, vamos, no te duermas!… está perdiendo mucha sangre, tío. Hay que llevarlo a un hospital.
Bill eleva la vista hacia el retrovisor valorando el alcance de las heridas y por lo tanto la gravedad de la situación un instante. Lo que ve es una hemorragia pulsátil, el disparo ha perforado una arteria y estará desangrado en minutos si no segundos:
-Ese no era el trato.
-Joder, Bill, ¡se está muriendo!
-Yo diría que ya está muerto. (El tipo aún balbucea algo mientras va perdiendo el conocimiento) Si quieres me bajo aquí y lo llevas tú.
-¿Qué?
-Que si quieres me bajo… (Bill empieza a repetir sus palabras más alto)
-¡Joder! ¡Ya te he entendido! ¡Joder!
Miguel tiene las manos empapadas en la sangre de su compañero, al que trata de frenar la hemorragia sin éxito.
-¿Y bien?
-¿Bien? No joder, nada está bien. ¡Rubén! ¡Rubén!
Intenta despertarlo palmeándole la cara pero la vida se le va drenando del cuerpo irremisiblemente.
-¿Qué quieres hacer?
-Vale, vale. Déjame pensar… Seguimos con el plan, ¿vale? Lo que acordamos.
-Ya. Pero el plan no era cargar ningún paquete. Ni echar el coche a perder.
Bill habla con tranquilidad pero la tensión va en en aumento. Se hace un silencio.
En un par de giros suaves pero pronunciados el coche termina embocando en un cobertizo lejos de miradas indiscretas y el conductor anuncia:
-Fin de trayecto.
-¿Y qué hacemos con esto?
Miguel señala a su compañero muerto sentado tras el conductor.
-Lo mismo que con el coche.
-¿Qué?
-Dejar que se enfríe.
-¿Cómo? ¿Lo vas a dejar aquí?
Bill está limpiando el volante, la palanca de cambios y el freno de mano con algunos pañuelos desechables sacados de una caja de la guantera.
-¿Y yo qué se supone que he hacer? ¡No puedo salir caminando empapado de sangre!
-Límpiate. (Le lanza la caja de pañuelos)
-Oye, me estás jodiendo, no…
-¡No! ¡Vosotros la habéis jodido! No soy vuestra puta niñera.
-Ah, ¿sí? ¿Y qué crees que va a pasar si salgo así? ¡Y no me voy a quedar aquí con un muerto! A ti tampoco te conviene que esto se tuerza más, no puedo salir así...
-De acuerdo. La verdad es que en eso último tienes razón.
Bill nota el calor en la axila del 38 que ha disparado tres veces sin sacar de la funda, a través de su chaqueta y del asiento hasta el pómulo, la sien y la frente de Miguel, cuya cabeza se desploma hacia el fondo quedando inmóvil con la mirada fija en el techo del automóvil:
-Y no me vuelvas a llamar.
Bill baja del coche desairado por las complicaciones, no sin antes recoger del asiento de atrás la bolsa con el escaso botín para cubrir al menos una parte de las pérdidas y cierra de un portazo. Guarda los guantes en un bolsillo, se quita la chaqueta, envuelve con ella el arma, se la cuelga del brazo de modo que no se vean los agujeros y sale a caminar por un vecindario desierto. Empieza a sonar 1-2-5 de The haunted mientras la cámara se aleja con Bill caminando por la acera. Está anocheciendo.
8. Visitas
Raoul baja de un taxi y camina por un vecindario depauperado de las afueras con un maletín en la mano, visiblemente magullada y ensangrentada. Cojea ligeramente mientras avanza por el ralo jardín de la propiedad hasta la puerta de entrada. Suenan tres golpes secos sobre la madera de la puerta, algo más espaciados de lo habitual.
-¿Q...quién es?
La dificultad del habla de Antwan suena desde el otro lado de la puerta.
-¿Antwan? ¿Antwan Rockamora?
-¿Quién pregunta?
-Un amigo de Big Joe.
Suenan los cerrojos de la puerta: -¿Big Joe?
-El mismo. ¿Puedo pasar?
Antwan lo examina con desconfianza y pronto advierte una maleta que le es familiar. Vuelve a mirar al tipo en la puerta y de nuevo a la maleta: - Claro, ¿en qué puedo ayudar?
Raoul sonríe viendo como Antwan ha reconocido el maletín: -Serán tan sólo un par de preguntas.
***
Big Joe habla por teléfono desde su oficina:
-Me da igual. No me importa. Resuélvelo. Pues lo solucionas. Lo solucionas. Ése no es mi puto problema, ¡soluciónalo! ¿Para qué mierda te pago? ¡Eso espero! Y cuando esté resuelto me llamas.
Cuelga el teléfono, mientras hablaba han entrado dos tipos con abrigos y trajes caros y han intercambiado algunas palabras con la secretaria. Uno de ellos lleva una bufanda fina colgando del cuello y guantes de cuero negro, no parecen de la ciudad.
-Usted debe ser el señor Joseph Brezinsky.
Big Joe no tiene la menor idea de que va el asunto. Trajes demasiado caros para ser del FBI, empieza a sentir curiosidad, el acento parece británico.
-Y ésta es mi oficina, pero todos me llaman Big joe. Aunque yo no les conozco a ustedes. ¿En que puedo ayudarles, caballeros?
El mayor de los dos se quitaba los guantes mientras escuchaba a Joe y señala una de las sillas frente a su mesa con ellos, solicitando ocuparla.
-Por su puesto, por supuesto, tomen asiento.
El mayor toma asiento mientras termina de acomodarse el abrigo desabotonándolo. El otro se queda de pie junto a la puerta con las manos cruzadas al frente.
-Verá, Big Joe, recientemente hemos sufrido el robo de una propiedad, extremadamente valiosa para… nosotros.
-Perdón, aún no sé con quien hablo.
-Eso no importa. Lo importante es que sabemos que, tras algunos...cómo diría… ¿vericuetos?, ha llegado hasta sus manos.
Big Joe empieza a sospechar que ha mordido más de lo que puede tragar:
-Wendy, ¿qué te parece si te tomas el resto de la tarde libre? Tengo que hablar de negocios con estos señores.
-Oh, estupendo Joe, gracias. Dejo los albaranes pendientes de revisar en el primer cajón.
-Sí, sí, descuida, yo me encargo.
Los segundos que Wendy tarda en organizar algunos papeles y recoger su abrigo del perchero transcurren en silencio y se hacen interminables, finalmente sale por la puerta de la lóbrega oficina del puerto:
-Hasta maña, Joe.
-Sí, hasta mañana.
Big Joe pronuncia las palabras sin ninguna convicción. El guardaespaldas responde con un gesto de la cabeza a la despedida de Wendy y cierra la puerta tras ella bajando la cortinilla que separa el despacho del vestíbulo.
El caballero británico hace tiempo que tiene clavada una mirada severa e imperturbable en Big joe, el silencio sigue unos segundos más. Big Joe los mira alternativamente sin acertar a volver a iniciar la conversación que por fin se reanuda:
-Por supuesto, somos conscientes de que se le han acarreado una serie de molestias que estamos dispuestos a compensar… generosamente. Pero me temo que con el tiempo no podemos ser tan generosos. ¿Dónde está?
-Caballeros, caballeros… si les digo la verdad aún no sé ni quiénes son ustedes ni sé de qué me hablan exactamente, tal vez puedan darme algún detalle más… tengo muchas propiedades muy valiosas.
Big Joe intenta tantear el terreno con una sonrisa aunque su frente empieza a perlarse de sudor.
El caballero británico en la silla gira su cabeza hasta el guardaespaldas que en dos zancadas se sitúa a la altura de Big Joe, saca un cuchillo con el que clava su mano izquierda a la mesa y le arrebata el revólver que ya había alcanzado con la derecha.
-En este lado del océano nunca funciona la diplomacia. ¿Dónde está?
Una mancha de sangre se abre bajo la palma de la mano de Big Joe mientras profiere algunos gritos y soplidos:
-¡Que te jodan! ¡No sé de que me hablas!
-Oh, vaya. Debe ser que no me ha oído. Pues para eso no necesita orejas, córtale una, Jeremy.
El guardaespaldas desclava con un gesto seco de vaivén el cuchillo que Big Joe estaba tratando de liberar y lo sitúa bajo el lóbulo de su oreja izquierda.
-Eh, eh, espera, espera.
El caballero británico levanta levemente un dedo indicando a Jeremy que se detenga.
-Muerto no os sirvo de nada. Podría estar en cualquier parte. Nunca lo encontraríais.
El guardaespaldas parece advertir algo extraño bajo la mesa, a los pies de Big Joe, por un movimiento de éste.
Detiene la presión del cuchillo, se agacha un poco y levanta un maletín desde el asa con un par de dedos por encima de la cabezas.
-Vaya, ¿que tenemos aquí?
-Bueno, tal vez haya alguna manera de…
El último as en la manga de Big Joe acaba de esfumarse por completo.
El guardaespaldas deja caer la maleta plana sobre la mesa, pesadamente, en parte sobre la sangre procedente de la mano.
-Jeremy, por favor, con delicadeza.
-Perdón.
El caballero británico limpia un poco una esquina con un pañuelo oscuro, introduce la combinación con calma, abre los cierres con los pulgares y eleva la tapa mientras una luz familiar procedente del interior le ilumina poco a poco el rostro bajo una mirada sagaz.
-Sí, definitivamente, es lo que buscamos.
La vuelve a cerrar rápidamente mientras en guardaespaldas limpia el cuchillo en el hombro de Big Joe.
-Bueno, asunto resuelto entonces, ¿eh?
-Más o menos. Sólo una pregunta, Big Joe: por casualidad, ¿lees la biblia?
-¿La… la biblia?
-Sí, la biblia. Hay algunos versículos que me parecen especialmente apropiados para la ocasión, de Ezequiel, 25:17.
Big Joe no puede cerrar la boca, por un momento contempla la posibilidad de salir del atolladero con una simple lección de sabiduría pero sus esperanzas se desmoronan con cada palabra igual que su mirada sobre la mesa.
El caballero británico las pronuncia despacio, buscando con sus ojos los del hombre que tiene en frente, inclinando para ello ligeramente la cabeza mientras prosigue, como asegurándose de que el sentido de cada frase queda comprendido por completo :
-El camino… del hombre recto… está por todos lados rodeado… de la avaricia de los injustos… y por la tiranía de los hombres malos. Empieza a sonar The house of the rising sun interpretada por The animals.
Bendito sea aquel pastor… que en nombre de la caridad… y de la buena voluntad...saque a los débiles del valle de oscuridad. Porque él es el auténtico guardián de su hermano y el descubridor de los niños perdidos...La voz y la imagen se van fundiendo en negro a medida que el discurso continúa.
***
-Eh, amigo. ¡Amigo! ¿No le parece que eso es tirar el dinero?
Un asiático que rasca con una moneda algunos boletos sobre el mostrador de forma compulsiva levanta por un momento la cabeza, en principio algo confuso: “¡Tú hablas mielda!”, concluye, y sigue con su tarea.
-Sí, seguro. Unos Red apple. Gracias.
Bill se coloca un cigarro entre los labios mientras sale de la tienda y camina unos pasos hasta la oficina de Big Joe. Suena School days de Chuck Berry
-Qué tal Wendy, ¿está ocupado?
-¿Y cuando no lo está? El día que pare será cuando le dé un infarto.
Los gritos de Big Joe al teléfono se oyen prácticamente desde la calle:
-...Im - po - si - ble. ¡Imposible! ¿No me has oído? ¿Quieres que te lo deletree? Y además no me sale de los cojones. No. ¡No me vengas con esas! Así están ahora las cosas y reza porque no se pongan peor. ¡Pues ahora ya lo sabes!
Big Joe cuelga el teléfono y respira profundamente: -Señor, que paciencia hay que… ¡Billy! ¡No te quedes ahí, pasa!
-¿Va todo bien, Big Joe?
-No Billy, los negocios nunca van bien. ¿Y sabes por qué? Porque siempre podrían ir mejor.
Ambos sonríen, estrechan las manos y Big Joe continúa:
-¿Qué tal las carreras, muchacho?
-Bueno, es lo que dices, siempre podrían ir mejor, ¿no?
Espera, voy a cerrar la puerta:
-Wendy, que no nos molesten, no me pases llamadas.
-Ok, Joe.
-Bueno, perdona que te haya hecho venir sin mucha más explicación pero tengo un asunto urgente… al que le vendrían bien tus… habilidades. ¿Recuerdas a Raoul?
-Claro.
-Sabes que llevamos muchos años trabajando juntos.
-Más que conmigo, ¿no?
-Así es. Y, dicho suavemente, temo que puedan empezar a ser demasiados.
-Vaya.
-Te voy a ser sincero Billy, ahora mismo no me fío de él. Le he enviado a un encargo, sencillo pero muy importante y no estoy seguro de que lo vaya a hacer bien.
-¿Ha vuelto a beber?
-¿Acaso lo ha dejado alguna vez? Lo que quiero es que te asegures de que todo marcha bien.
-Bien, lo haré, pero seguro que va bien.
-Eso espero. De verdad que lo espero.
Las palabras de Big Joe adquieren un tono sombrío.
9. Problemas
Raoul baja del Camaro, camino de la oficina de Big Joe, ya es de noche. Suena I needher de The dominions.
Abre la puerta de la oficina y no tarda en descubrir el problema urgente por solucionar: una mujer joven yace tendida sobre un charco de sangre:
-¡Joder Joe! ¿Qué es esta mierda? ¿Qué es esta puta mierda? ¿Qué cojones has hecho?
-¡Raoul!, Raoul, no sabes cuánto me alegro de verte, tú me conoces, tú sabes que yo no soy así. No sé que ha podido pasar, joder, no lo sé. Forcejeamos, resbaló… Raoul, tienes que ayudarme con esto, tienes que ayudarme.
-Ah, ¿que resbaló? ¡Joder! Pues no hay ningún problema, se lo explicamos a la policía. ¿Y se puede saber quién cojones es? ¿Ahora te tiras a las zorras en la oficina? ¡Tienes un club a 20 metros!
-No, joder, es… es Mia, Mia Wallace.
-¿Qué? ¿La viuda de Marsellus? ¿De qué va esto?
Big Joe se deja caer abrumado sobre la silla de su despacho:
-Después de la muerte de Marsellus me llamó Antwan, ¿lo conoces? Trabajaba para él.
-¿El negro samoano? No se le dan muy bien las cartas. Nada bien en realidad, no tiene paciencia.
Raoul revisa la escena con un poco más de detalle, leyendo qué ha pasado exactamente y anotando mentalmente los pasos para solucionarlo.
-Vino a mí después de que… ¿sabes que lo tiraron por el balcón?
-Cuatro pisos sin ascensor, algo he oído.
-Antwan me contó la historia. Hay algo en casa de los Wallace que debemos recuperar. Y quiero que tú te encargues. El doble de lo habitual. Por lo de hoy también. ¿Te encargarás?
Raoul mira al cuerpo tendido en el suelo. Al menos tiene la ropa puesta.
-Joder, Joe. Voy a acercar el coche pero vas a tener que ayudarme.
Cargan a Mia en el coche mientras vuelve a subir el volumen del I need her de Thedominions y Raoul se pone en marcha hacia la escena inicial.
***
Cuando vuelve la imagen el Camaro sigue en la carretera pero ya con el maletero vacío y el asiento del copiloto ocupado por una maleta. La música sigue. El coche toma una curva algo cerrada algo más rápido de lo recomendable y uno de los neumáticos revienta en el peor momento, abocando al coche a la cuneta de forma mucho más aparatosa de lo que cabría esperar.
Con el coche medio volcado y la cabeza contra la ventanilla Raoul para la radio y la música cesa. Con dificultad coge la maleta y encuentra la manera de salir por la otra puerta. Tira la maleta al suelo y cae rendido por unos momentos, sentado sobre el asfalto, baja un poco la cabeza y la vuelve a levantar:
-¡Joder! … ¡Joder, joder…!
Patea un poco el coche cuando ya han empezado a sonar los primeros compases de Hey baby de Bruce Channel. Una rueda está destrozada, imposible seguir, empieza a caminar por la carretera.
10. Encuentros y desencuentros
Los guantes de cuero con rejilla de Bill aparecen sobre el volante conduciendo de forma relajada por la noche mientras suena el Happy together de Theturtles. Toma una curva lentamente y observa el Camaro accidentado en la cuneta de Raoul. Detiene poco a poco el vehículo y para la radio. Examina un poco los restos, pone la mano plana sobre el capó, captando su calor y se vuelve a poner en marcha al son de ShockingBlue de Venus mientras sonríe.
***
Un camión avanza por la carretera en la noche y al dar la curva la luz alumbra una silueta caminando por el arcén, el camión se detiene al llegar a su altura.
Raoul eleva la vista a la iluminada cabina del camión:
-Amigo, no soy mecánico, pero por lo que he visto ahí detrás creo que ha tenido algún problema.
-Sí... así es, ¿no tendrá un teléfono?
-¿Y usted?
Raoul levanta su busca a modo de símbolo de derrota.
-Vaya, no creo que eso le vaya a sacar del aprieto.
-¿Tal vez podría pedir una grúa con la radio o…?
-Ja, ja, ja. ¿Ojalá funcionara, verdad?
-Joder.
-Suba, le acercaré al bar de Sally, me viene de camino, desde allí podrá llamar. No queda lejos.
Se ponen en marcha al ritmo del No particular place to go de Chuck Berry.
***
Bill circula despacio con especial atención a ambos márgenes de la carretera. Nada, ni rastro, como si se hubiera esfumado por arte de magia. La pista se ha enfriado. Ve a lo lejos el neón de un bar y decide parar y probar suerte. Suena en la radio Stay de Maurice Williams and Thezodiacs.
***
-Recuerde lo que le digo, los teléfonos móviles y los ordenadores son sólo el principio. El control, amigo, el objetivo es el control. ¿Lee usted la biblia?
-¿Qué?
Raoul lleva un cuarto de hora aguantando un discurso que le parece del todo delirante.
-Ahí lo dice, ¡lo dice! Dice: “Y todos llevarán la marca de la bestia”. Acabaremos todos con un microchip implantado, ¿que no? Y dice que “quien no lo tenga no podrá comprar ni vender”. Hágame caso, amigo, lea el apocalipsis. Bueno, aquí es. Espero no haberle agobiado con mis preocupaciones. Pero también deberían ser las suyas.
-Sí, bueno, lo tendré en cuenta. Gracias por el viaje.
-¡No hay de qué!
Raoul ve alejarse el camión, todavía incrédulo por lo que acaba de escuchar, con su maleta en la mano. Se dirige hacia la luz del bar y al entrar suena Whole Lotta Shakin’ Goin’ On de Jerry Lewis.
Muchas motos en el aparcamiento, muchos chalecos de cuero con parches de bandas de moteros.
Pide una cerveza en la barra y pregunta por el teléfono. Grúa, taxi. Está colgando el teléfono cuando entra por la puerta ni más ni menos que Bill Evans. Trabaja para Big Joe, no puede ser casualidad. Él también le ha visto.
Se dirige hacia el extremo de la barra a ocupar el asiento vacío que corresponde a la cerveza que ha pedido antes de llamar, Bill ocupa un asiento pasado el codo de la barra:
-Raoul.
-¿Qué tal, Bill? ¿Qué te trae por aquí?
-Sólo quiero hablar. Una cerveza, por favor.
Sally, una mujer muy mayor que regenta el bar responde con una sonrisa.
Empieza a sonar el Twist and shout de los Isley brothers
-Bien, pues hablemos. Tú dirás. Aunque te advierto que no estoy teniendo muy buen día.
-Ya, siento lo de tu coche. ¿Qué ha pasado?
-Y yo qué cojones sé. Joder, ni idea, el neumático pero… mierda, no sé.
Bill da un trago largo a la cerveza que le sirve Sally sin apartar los ojos de Raoul, evaluándolo.
-Supongo que nos hacemos viejos.
-¿Qué? No, joder. Claro que nos hacemos viejos, todos- señala a Bill con el cuello de la botella, pero no es eso…
-Big Joe está preocupado, a su manera. Ya le conoces.
-Sí, y por eso sé que jamás se preocupa por nadie más que por sí mismo.
-Bueno, yo no lo diría así…
-¿Qué es lo que te ha contado, eh?
-Lo suficiente. Que debemos llevarle esa maleta.
-¿Cuánto te paga, el doble? Sea lo que sea es porque el encargo vale más…
-Si me hiciera ese tipo de preguntas ya estaría hace mucho tiempo fuera del negocio. ¿Piensas dejarlo?
-Si me lo hubieras preguntado la semana pasada te hubiera respondido que no. Si me lo preguntas ahora, la verdad es que no lo sé.
-En ese caso será mejor para todos que yo lleve la maleta a Big Joe.
Empieza a sonar Respect de Aretha Franklin.
-¿Qué? ¡Ni hablar! Aparta tus manos.
-Eh, eh, está bien, vaquero. Pues llévala tú, ¿vas a llevarla andando? Yo te puedo llevar, no vas a encontrar mejor conductor por aquí.
-Antes quiero hablar con Antwan. No es nada personal, pero no me fío de los conductores zurdos.
-Me parece una pésima idea.
-Qué se le va a hacer, intentar complacer a todos es no complacer a nadie.
-No, en serio, Raoul, estás cometiendo un error. Y bajo mi punto de vista es mejor poner la solución antes de que aparezca el problema.
-¿Aquí? Eso sí que es una pésima idea. Mira, voy ir a vaciar la cerveza y cuando vuelva te digo si vamos juntos a entregar esto a Big Joe o tú te vas a la mierda, ¿qué te parece?
-Estás cometiendo un error, Raoul.
-Sí, lo llevo escuchando desde el instituto. Ahora, si me disculpas…
Raoul da un pequeño tirón a la maleta que la libera de la mano que Bill ha tenido sobre ella toda la conversación. Camina relajado hacia los aseos, demasiado relajado, incluso bamboleándose un poco.
Al cruzar el umbral del pasillo que conduce a los aseos, más allá de la cabina de teléfonos, todo cambia en un instante, desenfunda su Glock 9 mm y busca otras posibles salidas más allá de la puerta principal. Bill está en la barra rojo de ira y le falta poco para decidirse a seguirle a los aseos y poner fin a sus diferencias de criterio.
Hay varias puertas de dependencias del personal a los lados, todas cerradas y al fondo una puerta metálica cerrada con un candado. El disparo que vuela el candado es la espoleta que hace saltar de la barra a Bill que sale como un rayo hacia el corredor de los aseos y la cabina.
Alguien del personal grita a su espalda: -¡Eh, oiga, no puede pasar, esa zona es privada! -¡No puede pasar!
Se monta algo más de barullo de lo deseable, una trifulca en un bar siempre tiene resultados imprevisibles, pero parece un riesgo asumible por solucionar el asunto “aquí y ahora”.
Raoul ya ha atravesado la puerta metálica, la iluminación clara de los fluorescentes y el azulejo blanco de las paredes contrasta con el ambiente del bar, da un giro más, aparta unas puertas de plástico y lo que ve le nubla por un momento la razón.
Colgados en ristras como en una sala de despiece de la industria cárnica, hileras de piernas, brazos, y medios torsos humanos. La imagen se inclina y se retuerce hasta distorsionarse y un zumbido empieza a hacerse audible. Vuelve a sonar el tema que escuchó al entrar al bar: Whole Lotta Shakin’ Goin’ On de Jerry Lewis.
11. El matadero
A los pocos segundos llega Bill. Sin más puertas ni ventanas ni salida que por donde han entrado.
-¡Joder!
-¿Pero qué mierda es esta?
Bill se ha olvidado completamente de cómo y para qué ha llegado hasta allí, como si hubiera cruzado un umbral hacia otra dimensión.
-Estamos jodidos. ¡Estamos jodidos!
Se escuchan pasos de varias personas a los lejos desde la entrada del corredor.
-Pues podrías pensar en algo. Al fin y al cabo tú nos has metido en esta… ¡mierda!
-¿Quién se puede imaginar que…?
-Joder, hay gente que paga por mierdas muy raras.
-Oh, joder…
-¡Eh, vosotros!
Raoul responde con dos disparos, uno impacta en el hombro de uno de los moteros armados que se asoma y otro en la pared haciendo que Sally y el resto retrocedan hasta el recodo del pasillo, Bill cubre más ángulo desde su lado y dispara una vez más.
-¡Bueno, vamos a tranquilizarnos!
La voz de Sally pretende poner algo de cordura a la situación.
-¿Tranquilizarnos? ¡Y una mierda tranquilizarnos!
-¡Ja!
Bill secunda a Raúl y una voz grave resuena socarrona desde el fondo con un coro de varias risas del resto: -Qué sucede, muchachos, ¿el menú no es de vuestro agrado?
-¡Callad! ¡A callar todos! Vamos a buscar la salida más razonable para todos de esta… desagradable situación que se ha creado.
Mientras Sally pronuncia estas palabras imponiendo la autoridad de su edad al resto va recargando de cartuchos su escopeta.
-Ah, ¿sí? ¿Y qué propones?
-Muy sencillo: vosotros entregáis las armas y nosotros os escoltamos como caballeros hasta la salida.
-Sí, claro.
-Lo siento, prueba otra vez.
A ninguno de los dos, que buscan desesperadamente una salida alternativa al pasillo sin quitarle un ojo, les convence la propuesta de Sally. Sólo ven algunas bolsas de cadáveres llenas, vacías, cajas de plástico, varios cuchillos, algunos de buen tamaño...
-Entremos ya.
-Vamos.
Algunas voces de lo que parece una pequeña turba cada vez más grande se impacientan.
Bill mira a Raoul vocalizando: ¿Qué hacemos?
Raoul ya ha abandonado toda esperanza: -No hay nada que hacer, equilibrio de Nash.
-¿Qué?
-Teoría de juegos, el equilibrio de Nash.
-¿Se puede saber de qué coño me estás hablando?
-Olvídalo. Sólo prepárate.
Y le pasa un cuchillo de carnicero al vuelo.
-Y por cierto, ¿no querías esto?
Raoul empuja la maleta con el pie mientras empuña con una mano la pistola y con el otro el cuchillo más grande que ha encontrado.
-Hijo de puta…
Bill guarda algunos cuchillos más pequeños en el pantalón, coge con una mano la maleta y con la otra su 38.
Alguien asoma la cabeza y Raoul vuelve a disparar para mantenerlos a raya:
-¿Cuántos crees que debe haber?
-Tal vez diez o doce
La risa de Bill denota lo crudo que lo tienen.
-Oh, amigo…
Se cubre por un momento con medio torso femenino de una de las líneas y cuando se da cuenta de que se está apoyando en una teta, se besa la mano, la vuelve a colocar y dice: -Te echaré de menos.
-¿Qué es eso?
Sus anfitriones han lanzado una manguera por la que empieza a salir humo a buen ritmo, en breve no se verá nada y poco después se asfixiarán.
-Hemos de salir. ¿A la de tres?
-Uno…
-Dos…
Empieza a sonar Tequila de The champs.
Y se lanzan hacia el recodo del pasillo. Las balas se terminan pronto. Pero no detienen la confrontación. La pelea sigue a machetazos y con gritos guturales, a muy corta distancia, avanzan sobre los cadáveres de los caídos. Los segundos pesan como horas. El suelo se torna resbaladizo y juega malas pasadas a los que aún quedan en pie. A alguno de los de detrás aún le quedan balas pero con el desconcierto terminan casi todas donde no deberían. Los cuchillos suben y bajan con un ruido sordo al caer y elevando regueros de sangre, Bill ha vaciado el cinturón de todos ellos. El infierno condensado en cuatro metros cuadrados.
Sally, que aún conserva algún cartucho, ve desesperada desde el fondo caer a los suyos: -¡Matadlos, matadlos!
Los últimos sirven como escudo mientras Sally gasta sus últimos disparos sin acierto y le tiemblan las manos al recargar. Intercambian una breve mirada y Raoul lanza el cuchillo de carnicero dando vueltas hasta estrellarse en la frente de la anciana.
Para cuando todo acaba el pasillo es una pila de cadáveres y la pared ha cambiado de color y chorrea rojo prácticamente desde el techo hasta el suelo, igual que ellos.
Raoul tiene un buen corte en una mano pero Bill ha llevado la peor parte con diferencia, varias perforaciones en un hombro, un disparo con entrada y salida sin afectación de órganos vitales, otro que le ha rozado el cuero cabelludo y algunas docenas de contusiones entre ambos de diversa consideración.
-Si salimos de ésta…
-Dímelo cuando salgamos, ¡vamos!
-Joder, si ni siquiera tenemos balas ¿y vamos a salir por la puerta principal?
-Sí, pero los de fuera no lo saben, ¡venga!
Al volver a doblar el recodo hacia los aseos encuentran abierta una de las puertas antes cerrada por donde sale la manguera cuyo humo les camufla en parte de algunas siluetas lejanas, además de la confusión, seguramente de curiosos:
-¡Venga, sigamos la manguera!
-¡Eh, vosotros!
-¿Quiénes eran...?
Las voces lejanas les recuerdan la idea de una nueva turba y un nuevo pasillo y les espolea a través de la cocina, donde al final hallan una puerta que por fin les devuelve a cielo abierto.
Se oyen algunas sirenas lejanas resonando en el valle.
-¿Dónde has aparcado?
-Por allí.
Caminan agazapados entre filas de motos y coches que se extienden también por el lateral del establecimiento.
-Hogar, dulce hogar.
Bill toma el asiento del conductor y lanza la maleta al asiento de atrás.
Raoul se deja caer en el del acompañante: -Desaparezcamos de aquí cuanto antes, ¿puedes conducir?
-¿Y la maleta?
-¡Por dios, olvídate ya de la puta maleta, vámonos de aquí!
El coche arranca y en la radio suena Surfin’ USA de los Beach Boys mientras se alejan por la carretera.
-¿Y qué mierda es esa de la teoría de juegos?
12. Florida
Suena el Bring it onhome to me de Sam Cook mientras Sarah se desmaquilla frente al espejo. Mira un perfil, el otro, estira de algunas bolsas para hacer desaparecer alguna líneas. Está cansada. Sale del bar, ya vestida de calle, tras despedirse de los chicos camina con los brazos cruzados, mirando al suelo, pensativa, cuando una voz la saca de sus divagaciones:
-Eh, forastera, ¿puedo invitarla a una copa?
Sonríe al reconocer a Raoul, lleva la mano vendada y el viejo Camaro tiene algunas abolladuras. Primero va a cogerle la mano, luego mira también al coche: - ¿Qué os ha pasado?
-Oh, es una larga y dolorosa historia… de la que prefiero no hablar.
La besa: -Supongo que nos equivocamos de camino… y por eso terminamos en un terraplén.
-¿Y no lo vas a arreglar?
-Sí, pero no ahora. Tengo otros planes.
-¿Qué planes?
Sarah sonríe mientras la abraza y la hace girar levantándola un poco del suelo
-Florida.
-Oh, no, ¿Florida?
-Vamos, encontrarás otra banda.
-Y con un guitarrista que no desafine.
-Eso.
-¿Cuándo?
Raoul mira hacia un lado apoyado en el coche, luego hacia el otro y luego por fin a Sarah:
- Ahora.
-¿Ya? ¡Lo dices en serio!
-Completamente en serio. He conseguido un pequeño...adelanto.
-¿Suficiente?
-Sí, suficiente.
Sarah, mira a su alrededor, en especial a la puerta del bar por la que ha entrado y salido tantas noches.
-A la mierda. Vámonos. Echaré de menos a Larry…
Raoul responde poniendo los ojos en blanco a la vez que abre la puerta del copiloto.
-¿Qué?
-Sube y te cuento el secreto del éxito en el negocio de la música según Larry.
-¿A que te refieres?
-Te va a encantar.
Suena The letter deThe box tops mientras el destartalado Camaro se pierde entre el tráfico.
13. Delirios
Raoul vuelve a caminar el jardín ralo de Antwan, esta vez desde el punto de vista de Bill que observa desde el coche. Han podido pasar por una gasolinera apartada y adecentarse un poco. Lleva la herida del torso vendada con algunos retazos de tela sucia y cinta americana, desinfectada con bourbon, como la del hombro. Ve las estrellas cada vez que ha de cambiar de marcha, llevan sólo las chaquetas sobre el torso desnudo. Revisa el aspecto del orificio de entrada.
La visita es relativamente breve pero la espera es tensa. No porque Raoul vaya a huir con la maleta, ninguno de los dos podría ir demasiado lejos. Después de todo, no vale la pena.
A los veinte minutos Raoul vuelve un poco más renqueante de lo que ha entrado. Abre la puerta del acompañante y deja caer la maleta en el asiento de atrás, sin mediar palabra.
-¿Y bien?
Raoul sólo se gira y mira a Bill.
-¿Qué, qué te ha dicho?
-Da igual, llevémosle a Big Joe lo que quiere y cojamos nuestra parte.
-¿Y ya está? Qué fácil hubiera sido si desde el principio… te dije que te equivocabas.
-Déjalo ya.
-¿Pero qué te ha dicho?
-Que hay carísimos restaurantes clandestinos para gourmets ricos y enfermos en los que sirven carne humana. ¿Te lo creerías? Pues mucho peor. ¿Sabes lo que me contó ayer un camionero..?
-Después de lo de ese bar de carretera creo que podría creerme cualquier cosa.
Empieza a llover sobre el parabrisas mientras conversan y suena Riders on the storm deThe doors cuando Bill arranca el coche y se enciende la radio, se alejan con rumbo a la oficina del puerto.
14. Negocios
Big Joe los ve entrar en la oficina desde su mesa, con una sonrisa en los labios y una mano sobre el revolver bajo el escritorio:
-Vaya, vaya. Mira por donde aparecen mis chicos, y los dos juntitos. ¿Habéis hecho buenas migas?
-Corta el rollo Joe. Aquí tienes lo que buscabas.
Raoul deja caer la maleta sobre la mesa con cierta brusquedad.
-Pero bueno, ¿qué modales son esos? ¿No os vais a sentar, no queréis un trago para celebrarlo?
-Queremos nuestro dinero y nos largamos.
Bill sigue una línea parecida a la de Raoul.
-Tenéis mal aspecto, ¿habéis pasado mala noche?
-Compruébalo.
Big Joe los mira con desconfianza alternativamente:
-Pues sí que tenéis prisa. En fin, vamos a ver qué tenemos aquí.
Gira la maleta, fija la secuencia de tres dígitos y levanta los cierres haciendo sonar los resortes:
-Bueno…
Abre la tapa despacio mientra una luz empieza a emanar del interior bañando de un ténue tono ámbar su rostro:
-...sí, eso es. Qué maravilla.
La vuelve a cerrar antes de que la luz termine de embelesarlo.
-Buen trabajo, caballeros.
Big Joe está satisfecho pero no termina de entender por qué los dos siguen allí plantados.
-El dinero, Joe.
Raoul sabe lo rezongón que es Big Joe a la hora aflojar la mosca.
-Ah, el dinero, el dinero, sólo os interesa el maldito dinero. ¿Tiene que ser ahora?
Mira alternativamente los rostros pétreos de ambos.
-Sí, vale, mejor ahora. Lo capto, lo capto. Habéis trabajado duro.
-Joder Joe, no podrías ni imaginártelo.
-Da igual.
Raoul no quiere entrar en detalles.
Big Joe se levanta y hace girar sobre sus bisagras el cuadro simulado de una marina bastante hortera que hace las veces de tapa de la caja fuerte oculta. Hace girar la rueda de la caja con su sonido característico y deja caer algunos fajos de billetes sobre la mesa.
-Muy bien, lo acordado y lo acordado.
Bill va metiendo fajos dentro de su chaqueta, junto a la herida pero Raoul carraspea un poco.
-¿Qué? ¿Qué más queréis? ¡Joder, me estáis desangrando, y así, sin avisar!
-Joe, está también lo de… la chica.
-¿Qué chica? Ah, joder… la chica.
Mira al interior de la caja fuerte y vuelve a mirar a Raoul:
-¿De verdad tiene que ser ahora?
-Sí Joe, lo dejo.
-¿Cómo? ¿Que lo dejas, así sin más? ¡No jodas! Y qué, ¿tú también te vas?
-Bueno, dejemos que pase un tiempo a ver cómo van las cosas.
-Hostia puta. ¡Estáis hechos una mierda!… Vale, vale, lo pillo… y lo de la chica, ¿contento?
Deja caer unos cuantos fajos más sobre la maleta.
Raoul los va introduciendo en varios bolsillos:
-Contento de alejarme de esa mierda. Ojalá a ti te traiga mejor suerte.
Big Joe sonríe y vuelve a tomar asiento, haciendo girar levemente su sillón de un lado al otro:
-¿Bueno, pues eso sería todo, no, caballeros?
-Sí... ¿te importa que haga una llamada?
Big Joe coge un viejo teléfono con los dos dedos del medio y lo deja sobre la maleta mientras aguarda con la mano cerca del revólver y observa.
-¿Larry? Me tienes que hacer un favor. Han llevado mi coche esta noche a un taller del norte, podrías recogerlo por mí… sí, y venirme a buscar al puerto. No, que le cambien la rueda y listo, habla con César. Oh vaya, siento interrumpirte, quizás por una vez te levantes de una mesa de póker a tiempo. Sal ya, te espero.
Salen de la oficina bajo la atenta sonrisa de Big Joe que está deseando ver como desaparecen.
-¿Seguro que no quieres que te lleve a ningún sitio?
-No, gracias. Ve a que te miren eso si quieres vivir para gastar el dinero.
-Lo haré, aunque hay pocas cosas que no mate el bourbon.
Bill se aleja hacia el coche bajo el ruido de las gaviotas cuando empieza a sonar Fortunate son de los Creedence.
15. Big Joe
Big Joe descuelga el teléfono desde su oficina y marca un número anotado en un papel. Al poco contesta la voz de una mujer.
-¿La Señora Mia Wallace? No, no nos conocemos, aunque es posible que haya oído hablar de mí, todos me conocen como Big Joe. Ante todo querría trasladarle mi más sentido pésame, yo también lo lamento, en el pasado tuve algunos negocios con el señor Wallace.
Empieza a sonar Sympathy for the devil de The rolling stones.
Dado que, tristemente, ya no está entre nosotros, me dirijo a usted para hablar de una oportunidad que le podría interesar, pero preferiría poder tratarlo cara a cara. Donde usted me diga, o puede venir cuando quiera a mi oficina. Créame, no se arrepentirá, es un negocio que podría resultar muy provechoso para ambos. Sí, anote la dirección. La espero entonces. Será un placer conocerla en persona.
***FIN***
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