Se ponía en una esquina y cantaba ópera. Pero no un poquito, a pleno pulmón. Como sólo puede ser cantada la ópera, supongo.
Hasta
el punto de poder advertir desde lo lejos como, ya por su incipiente
senectud o por lo álgido del pasaje, se le coloreaba el pálido rostro y
se le tensaban las facciones.
Era
el señor loco que cantaba ópera en el metro, lo veías de vez en cuando.
Aunque tal vez para su familia hubiera sido alguien más, un hijo o tal
vez también un padre.
Supongo que eso es la que concluíamos todos tras un primer vistazo, una primera audición.
Luego pusieron hilo musical y le jodieron. O se murió. O dejó la ópera.
Entraría
en la categoría de músicos callejeros, y de categoría. Pero, a resultas
de su género predilecto, las fuerzas del orden, que a buen seguro fueron
los únicos que alguna vez interrumpieron un recital, no lograban hacer
mucha mella, pues no había equipo ni instrumentos que sustraerle, así
que en cierto modo tuvo una carrera bastante longeva.
Tal vez, he llegado a pensar con los años, si alguien le hubiera preguntado, hubiera hallado a un hombre perfectamente cuerdo.
Y
simplemente le gustara más la acústica de los andenes que la de su sala
de estar. Y le sudaba del todo la polla lo que pensaran los demás .
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