lunes, 10 de marzo de 2025

El anillo de compromiso

En el caso de los hombres suele ser liso, de oro, y se lleva en el dedo anular, tal vez porque sea en el que menos molesta o por ese extraño rito que impide separar los dedos con el resto cruzados, a diferencia de los otros.

Es, a la postre, una honesta declaración de intenciones repecto a la sociedad de que uno se halla comprometido con otra persona y expresa la voluntad de hacer público y mantener ese compromiso.

Cierto tipo de transparencia llevada al terreno sentimental, aunque a buen seguro los habrá que prefieran vivir siempre en carnavales.

El tradicional anillo iría justo en la dirección opuesta a estos últimos, en teoría es una señal de advertencia ante cualquier posible flirteo. Eso en el caso de los hombres. Y en el caso de las mujeres, bueno, ellas suelen llevar muchos anillos.


domingo, 9 de marzo de 2025

Tilt!

En las antiguas mesas de pinball, aquellos armatostes que eran todo bombillitas, gomas y muelles, solía haber en algún lugar un letrero con la palabra "tilt" (inclinación, vendría a ser).

Sucedía que, si el jugador trataba de interactuar con la física del juego más allá de los controles destinados a ello (sendos botones de arcade por lo general en los laterales de la máquina), las letras "tilt" se iluminaban. Tal vez intermitentemente, con un sonido de advertencia.

En los modelos más modernos sonaba incluso una voz sintetizada: tilt, tilt... Y, si el jugador persistía en su conducta, los mandos terminaban por bloquearse. Con el inevitable desenlace en el que la hermosa bola de acero terminaba por escurrirse entre las pinzas ya inertes y las luces se apagaban: game over.

Lo cuento porque quizás algunos jóvenes no saben ya estas cosas.


 

 

 

lunes, 3 de febrero de 2025

Deconstruyendo Pulp Fiction

 

Marsellus es un hombre de negocios, de todo tipo, sobre todo ilegales que son los que dan más dinero. Todo el mundo que debe conocerlo en LA lo conoce.

El hecho de haber amasado una enorme fortuna no ha cambiado su forma de trabajar, sólo ha elevado de forma significativa la calidad de sus gustos. Y el interés por negocios especiales.

Y actualmente su interés está centrado en un objeto único, se diría que mitológico, que puede proveer de inmensa fortuna a su poseedor.

Es Antwan quien le habla de él, a la postre es una leyenda hawaiana, pero Antwan asegura que es real. Y no sólo eso, si no que tiene una pista sobre su paradero en Europa.

Marsellus envía a Vicent Vega a localizar dicho objeto y tras más de tres años logra hacerse con él en París a pesar de las renuencias de su poseedor, que no deseaba venderlo.

Hay unas reglas y la película explica lo que sucede cuando se quebrantan: la realidad se puede convertir de un momento a otro en una película de terror de serie Z, en un tebeo barato, una “pulp fiction”. Y es que, si juegas con algunos diablos, es posible que todo empiece a ir realmente mal. El problema es que nadie sabe cuáles son exactamente esas reglas y el hecho es que el objeto parece procurar fortuna e infortunio de forma desproporcionada a aquellos que lo rodean.

Pasó por muchas manos, algunas anónimas, otras muy relevantes. R L Stevenson, que lo poseyó durante algún tiempo, escribió sobre él. Antes de eso era una leyenda hawaiana de la que Antwan tuvo conocimiento de primera mano en su viaje hacia el continente, también del rastro europeo que seguiría Vincent.

El viaje a los EEUU no estuvo exento de incidentes, incluyendo un episodio surrealista en una conocida cadena de hamburgueserías en la que Antwan tuvo que desprenderse del objeto.

Antwan fue a recoger a Vincent al aeropuerto haciéndose cargo de la custodia de la maleta que lo portaba y de vuelta a entregárselo a Marcellus se detuvo en su hamburguesería favorita, Antwan tiene un problema con su peso, en palabras de Jules.

Pero no es su único problema: deudas de juego y otros asuntos pendientes que aparecen en el momento más inoportuno cruzando la puerta de una hamburguesería.

El trato entre Antwan y Brett, con el primero oculto bajo la mesa del establecimiento que ocupaba el segundo junto algunos amigos, era que debían entregar la maleta a las 7:30 del día siguiente en el club de Marcellus, a tenor del fajo de billetes que cogió sin demasiadas dudas:

-¿Sólo tengo que hacer eso? ¿sólo eso?

Antwan no quería arriesgarse a que sus cuentas pendientes se vieran saldadas in situ con el contenido de una maleta que custodiaba pero no le pertenecía. Las explicaciones que ofreció a Marsellus tras conseguir escabullirse de la pandilla que entró por la puerta de la hamburguesería Big Kahuna le convencieron tanto como para hacerlo arroja por el balcón.

Cuando llegó a su casa dos hombres le estaban esperando, uno de ellos le ofreció un teléfono móvil con Marsellus al otro lado: -¿Que se lo has dado al primero que pasaba? ? ¿En una hamburguesería? ... ¿Y crees que la van a traer? No sabes como me tranquiliza que sepas donde encontrarlo. Devuelve el teléfono, ya he oído bastante.

Y al tipo en el traje negro con un 45 en una mano y el teléfono en la otra, junto al oído:

-Hazme un favor, tira a ese gordo por la ventana, si el mundo está lleno de ángeles tal vez le salgan alas. -Entendido.

Justo después de colgar llama a Winston Wolf, no es barato, pero ni siquiera está en el país hasta el día siguiente: -...no deberías confiar esos trabajos a aficionados. -Se trataba de recoger una puta maleta, nada más.

Llama a Jules, su hombre en la zona, tiene una dirección y un encargo para él. Si a las 7:30 no ha recibido una llamada suya, deberá recuperar un maletín con un objeto muy especial en la dirección que le facilita. Deberá reunirse con Vincent lo antes posible, él podrá confirmar que es lo que buscan.

Es posible que Jules esté algo más chiflado que otros de la hermandad pero suele cumplir bien con los encargos. Cuelga el teléfono y mira un reloj de la pared contando las horas que quedan hasta las 7:30. Maldito Antwan. Le gustaría haber estado allí para verlo volar los cuatro pisos desde su apartamento. Se recuesta contra la pared, abatido por el contratiempo sin saber si podrá resolverse después de tanto trabajo invertido y teniéndolo ya tan cerca. Estira con tanta fuerza la toalla que le cuelga del cuello sobre el albornoz que se hace una molesta quemadura en la nuca, será una larga espera y tiene otros negocios que atender.

***

Recuperan la maleta y con ella la mala suerte del poseedor del objeto, la misma que hace que los disparos del colega de Brett atraviesen su blanco sin rozarlo.

La misma que hace que se dispare el arma de Vincent en el automóvil.

La misma que hace que se produzca un atraco en el lugar en el que Jules y Vincent se detienen a desayunar.

La misma que hace que el encuentro entre Vincent y Butch en el club se salde con la llave del segundo arañando la carrocería del Malibú rojo del primero, convenciendo definitivamente a Butch de que tiene otra opción distinta a lo acordado con Marsellus.

La misma que lleva a Butch de vuelta a su apartamento en el momento más inoportuno para Vincent.

Y la misma mala suerte que hace que Marsellus, ya con el objeto bajo su custodia, no sólo sea atropellado por Butch si no que termine en el sótano de una tienda con aficiones algo peculiares y que él sea elegido en primer lugar y no Butch.

*****

jueves, 23 de enero de 2025

Pero es Vivaldi

 

Se me ocurrió cometer lo que supongo que para algunos es un sacrilegio. Uno más.

Añadí una guitarra eléctrica al primer movimiento de El invierno de Vivaldi interpretado por una orquesta sinfónica, y naturalmente serían de esperar ácidas críticas.

“Suena desafinado”, podrían decir. Y yo diría: Ya, pero es Vivaldi.

 https://youtu.be/W2jc0InD4mE?si=6mdh18X8OgRfHvyW&t=1079

 

miércoles, 22 de enero de 2025

La granada

Se oye un ruido, como un explosión a poca distancia, inesperadamente fuerte. Al poco un tipo entra la sucursal bancaria dando un portazo con un brazo en alto, gritando. Eran los 80, cuando aún había dinero en los bancos y el papel tenía sentido.

-¡Tengo una granada! ¡O me dais la pasta o reventamos todos! ¡Reventamos todos!

Algunas miradas atónitas y unos pocos gritos entre los empleados y algunos pocos clientes del banco, aún estupefactos por la explosión que todos han oído.

El individuo, con cara de loco, despeinado y sin afeitar tiene todo el aspecto de un cliente descontento o tal vez algún exempleado que lleva varios meses en su apartamento desayunando bourbon en calzoncillos.

Nadie reacciona, todos se quedan paralizados. En dos zancadas se acerca al mostrado:

-A ver tú, el dinero. ¡El dinero!

La mujer mueve un poco los brazos a este lado y aquel sin saber en realidad que hacer con ellos, mira hacia atrás a un hombre que ha salido con la explosión de su despacho al fondo.

-¿No me oyes? ¡Que me des el dinero!

Sigue con el brazo en alto con la granada en la mano, tira de la anilla y se oye caer al suelo.

El hombre al fondo ni asiente ni niega, no dice palabra, y dicen que el que calla otorga.

La mujer empieza a juntar algunos fajos de diferentes colores y con manos temblorosas los pone más o menos amontonados sobre el mostrador.

-¿Eso? ¿Dónde está el resto? ¡Pon ahí todo el puto dinero!

La mujer vuelve a mirar hacia atrás al hombre del fondo que pide tranquilidad.

La cajera busca otros fajos bajo el mostrador y completa una pequeña montaña de billetes desordenador que amontonan sobre el mostrador y habría que coger con dos manos.

-¡Ah! Eso es… Un bolsa.

-¿Qué?

-¡Una puta bolsa, una bolsa! Ponlo en una bolsa.

Mira hacia los lados titubeando y tartamudea:

-No tenemos…

-¡Me cago en dios!

El individuo da unas pocas zancadas y accede por un lateral al mostrador pasando por delante del hombre del fondo que mantiene las manos levantadas sin que nadie se lo haya pedido. Se oye algún pequeño grito de nerviosismo.

Entra en el pequeño recinto, mira a su alrededor, a un lado y a otro, agarra una papelera con la mano libre, aún sosteniendo la granada presionando la palanca para que no estalle, y la vacía en mitad del suelo. En el mismo movimiento la deja caer sosteniendo la bolsa que contenía papeles rotos y algunos envases y se la ofrece a la cajera. Ésta va introduciendo los billetes, sólo se oye el ruido de la bolsa de plástico y finalmente se la extiende al hombre, que se gira alterado a un lado y a otro:

-Gracias. ¡Que tengan todos un buen día!

Un hombre sale de la sucursal con un bolsa en la mano. Se pone unas gafas de sol. Mira a hacia un lado y el otro. Saca un cigarro de un paquete en el bolsillo interior de la cazadora. Eleva una granada, pulsa un botón y aparece una generosa llama. Lo enciende y echa a andar con la bolsa en la mano. Aquellos fueron buenos años.