Picaron a la puerta
de la habitación. La enfermera, que estaba cambiando la bolsa de
suero abrió la puerta.
-Hola, soy el
subinspector -----, vengo a ver al paciente ----- ----- -----.
-Sí es aquí
adelante.
En la cama, un
paciente en estado grave. Acababa de sufrir un accidente. Le habían
atropellado cuando volvía del trabajo y podía contarlo de milagro.
Tenía ante sí al
policía que debía tomarle declaración una vez su estado de salud,
aún revistiendo cierta gravedad, se había estabilizado.
El subinspector se
presentó y su primera pregunta fue:
-¿Cómo se
encuentra?
El paciente
describió un semicirculo ascendente de derecha a izquierda con sus
pupilas. La enfermera le había ayudado a apartar la mascarilla de
oxígeno.
Estaba cansado y
probablemente aturdido debido a los efectos de la medicación y las
consecuencias del accidente.
-He tenido días
mejores.
La respuesta fue
seca pero no pudo menos que despertar una leve sonrisa en su
interlocutor.
-Por supuesto. ¿Sabe
por qué estoy aquí?
-Para tomarme
declaración, sí, me han avisado.
Cabeceó vagamente
en dirección a la enfermera. La mitad de su rostro era una paleta de
tonos rojos y violetas y algunas pinceladas ocres del antiséptico.
Tenía un pómulo muy hinchado que le impedía abrir completamente un
ojo cuyo blanco había sido invadido en parte por la sangre.
-¿Cree Vd que está
en condiciones de...?
-Sí, sí...
-De acuerdo,
entonces...
-Pero no me trate de
Vd.
Le costaba
pronunciar las palabras.
-¿Perdón?
-Que no me trate de
Vd., por favor.
La respiración le
era bastante dificultosa y su cara estaba constreñida en una mueca
de dolor constante.
-¡Ah, claro! Cómo
no. De acuerdo. Bueno, te voy a pedir que me expliques todo lo que
recuerdes del accidente, cómo fue, qué viste, todo lo que
recuerdes.
Sacó una pequeña
libretita del bollsillo de la chaqueta que incoporaba un bolígrafo y
la abría y presionaba el boli mientras pronunciaba las palabras.
Pura rutina.
-¿Y no sería más
fácil grabarlo?
-¿Eh? ¡Ah,
grabarlo! Con el móvil dices... Bueno ya hay, hay compañeros que lo
hacen, sí. Yo es que ya soy de la vieja escuela, supongo. Bueno,
¿qué pasó?
Le sabía mal
preguntar de nuevo pero le costaba bastante entenderlo. Compadecía
inevitablemente a aquello que quedaba sobre la camilla del ser humano
que un día fue.
El paciente hizo
además de incorporarse levemente pero sin apenas moverse un ápice.
-Enfermera,
podría...
-¿Sí?
Tras cambiar la
bolsa de suero parecía estar repasando que todas las máquinas a las
que el paciente estaba conectado estuvieran funcionado correctamente.
-¿Podría dejarnos
a solas?
-Claro que sí. Pero
si necesita cualquier cosa ya sabe donde está el timbre.
Terminó de revisar
la conducción de unos tubos y ya iba camino de la puerta.
-Después vendré a
verle.
Su tono era afable.
Mientras salía deslizó la mano por encima del hombro del policía a
la vez que le sugería en tono algo más bajo pero aú claramente
audible:
-No le canse mucho.
Luego ya más alto a
ambos:
-¡Hasta luegooo!
Así, alargando la
o.
La ceja del
inspector que se había arqueado tras escuchar la petición del
paciente volvió a su sitio para responder a la enfermera, que se
marchaba tras el respaldo de su silla, negando con la cabeza.
-No, no, descuide,
será un momento.
La puerta se cerró
suavemente.
La ceja del
inspector volvió a su posición previa de elevación.
-¿Y bien?
El paciente
carraspeó un poco.
-Perdona, ¿me has
dicho que te llamas?
-Soy el subinspector
----- -----.
-Subinspector… ¿Y
eso es mucho?
-Bueno, es menos que
inspector pero supongo que no puedo quejarme.
El amasijo de
heridas que era el paciente pareció intentar esbozar un sonrisa que
de inmediato reprimió un gesto de dolor.
- Bien, bien… como
verás… estoy un poco jodido y me cuesta un poco… me duele hasta
hablar.
-Ya veo.
-Te voy a pedir que
me escuches unos minutos y después me interrumpes, me preguntas, lo
que quieras. Tengo algo importante que contarte.
La ceja que aún
quedaba baja en la cara del inspector se puso pareja a la otra.
-¿Del accidente?
Bueno, tú dirás.
Se revolvió un
instante en su silla.
-Han intentado
matarme.
-¿Cómo?
-Pues con el coche
ese…
-No, ya, bueno,
quiero decir, ¿por qué? ¿Conoces al conductor?
-No, no, no es tan
sencillo.
El ceño del policía
se frunció y las arrugas horizontales de incredulidad se
transformaron en verticales de escrutinio. Permaneció a la espera, a
la escucha, inmóvil.
-Verás yo… yo no
soy nadie conocido ni nada, claro… Ni es que sea nadie importante
ni nada pero, bueno, para cierta gente si que soy, de alguna manera,
un problema.
El tono era lento,
tranquilo y pausado, con un poso de decepción.
-¿Tienes deudas,
algún enemigo? ¿Estás metido en drogas?
-No, nada de eso,
no. Deja que te cuente.
El paciente no podía
verlo pero el subinspector acababa de dibujar un sinuoso interrogante
en su libretita que repasaba de arriba a abjo y de abajo arriba, y
redondeaba y acrecentaba el punto mientras esperaba a que el
accidentado retomara el aliento.
-A ver.
-A ver… por donde
empiezo. No es nada de drogas, no me dedico a eso. Ni tiene que ver
con el trabajo. Yo no tengo estudios. Estudios formales. Pero eso no
quiere decir que no haya estudiado.
A mi manera he
estudiado: algo de física, economía… historia. Muchas cosas. Y muy
dispares, la verdad… Pero todo está relacionado de cierta forma,
¿no es verdad?
El inspector lo
miraba ahora acodado en el reposabrazos de su silla con la mano que
sujetaba el bolígrafo tapándole la boca y la mirada aguzada. Como pensando precisamente en que ralación podría tener todo aquello con
accidente rutinario del cual estaba elaborando el atestado.
-Quién calla
otorga, ¿no dicen eso también?
Prosiguió el paciente y amagó
una sonrisa seguida de unas breves toses.
-La cuestión es que
he descubierto algunas cosas, nada que no sepan muchos, pero sí
algunas cosas que no sabe la mayoría de la gente.
-¿Por ejemplo?
Lamentó
la interrupción y el escepticismo desde su cama con una leve mueca de condescendencia.
-Cosas, por ejemplo,
como que los bancos fabrican el dinero para ellos mismos. O que, muy
posiblemente, se estén bloqueando ciertas teorías científicas que
podrían conducir a un cambio de paradigma en la energía. O que
nuestra historia se parece en poco o en nada a lo que nos contaron a
todos en el colegio.
El policía suspiró
profundamente.
-Crees que estoy
loco, ¿no? ¿Qué va a tener que ver el colegio en todo esto? Pues
sí, sí. El colegio. Desde el colegio. Porque a los profesores les
paga el sueldo el mismo que decide lo que se enseña.Y el que decide
lo que se enseña decide lo que se sabe, y, más importante, lo que
no.
Porque si la gente
no sabe cómo, no sabe el cómo, no sabe ni siquiera que les están
robando... a manos llenas, no puede ni quejarse, son esclavos y ni
siquiera lo saben.
Sí, esclavos, ¿de
quién? Pues de algunas personas a las que no les interesa que se
sepan una serie de cosas. Ellos fabrican el dinero mientras los demás
nos pasamos la vida trabajando para ganarlo. Compran a los políticos,
los gobiernos, los ponen ahí, les pagan su sueldo.
Y ellos pagan a los
maestros y les dicen qué enseñar pero los maestros ni siquiera
saben. Y la gente, mucha, la mayoría, vive como esclavos, con mejor
o peor suerte y sienten que son esclavos, y saben que están jodidos
sólo que no saben bien por qué. Se quejan, sí, y hacen
manifestaciones y huelgas y se quejan de los políticos, pero no
logran apenas… ni arañar la falsa apariencia de justicia de la que
el sistema se ha dotado y nos han inculcado desde niños, en las
escuelas, en las familias.
Y se enfadan, rompen
y queman cosas y creen que lo hacen por esto o por aquello otro, por
este gobierno o por aquél, pero la verdad es que están jodidos desde
mucho antes de todo eso.
Y además, cuando se
cabrean, les mandan a tus colegas, los de las porras, les mandan a
otros esclavos que también están jodidos y cabreados y con ganas de
desfogarse. Los unos contra los otros. ¿Y quién los manda? Pues el
mismo que les paga el sueldo a unos maestros que ya se han asegurado
de que no sepan, para que no puedan enseñar, el mismo que te paga el
sueldo a ti, sin ir más lejos, sí...
El discurso fue
largo, concediendo a cada palabra su peso y su tiempo, a merced del
estado febril del paciente. Un estado así podría justificar ciertos
delirios. Durante la larga charla el rostro del subinspector iba
palideciendo hasta que por fin se levantó de su silla. Su mirada era
severa y sus palabras fueron calmas:
-Vaya, parece que
eres muy listo pero, ¿puedo hacerte una pregunta?
El paciente se dio
entonces cuenta de su irremediable error, sus propias palabras le
había llevado a la conclusión correcta sin ser capaz de preveerla,
la metáfora se había convertido en realidad. Enmudeció y el
policía no aguardó respuesta:
-Con lo listo que
eres, ¿tú crees que el que me paga a mí el sueldo va a permitir
que un mierdecilla como tú le desmonte el tinglado?
Se dirigió con toda
tranquilidad a esa máquina con una línea verde que marca el ritmo
cardíaco. El pitido dejó de sonar.
-Igual no eres tan
listo como te crees.
Se acercó a la
cabecera de la cama con una almohada que extrajo de un pequeño
armario en la habitación. Fundido en negro. Fin.
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