miércoles, 21 de mayo de 2025

El talón de Aquiles

En el nuevo trabajo la cosa ya empezó bastante extraña. Justo había dejado el trabajo anterior para no entrar en discusiones sobre política y coincidentemente aquí se empezó hablando de política desde el primer día. En 20 años de idas y venidas por los trabajos más variopintos jamás había entrado en realidad en esos temas.

Por lo demás parecía normal. Aunque había detalles raros. Existía una clásula en inglés en el contrato (la matriz era holandesa, un tal Van der Burg) que exigía comunicación diaria si en algún momento se optaba por la baja médica. Casi surrealista.

Y el “trabajo” bien, ni siquiera completaban el horario del día, simplemente charlaban de como acometer el proyecto (captación de instalación de fotovoltaica) además de otros temas ya mencionados, muy distendido todo y con un nivel salarial superior a lo habitual en el sector.

Un proyecto pequeño, en un coworking al lado de un hotel de 5 estrellas. El día de la entrevista tomó allí un café mientras conversaba relajadamente con el director comercial. Al final el responsable en España que reportaba directamente a la matriz y el que había organizado todo. Fue curioso ver que la empresa había iniciado su andadura poco después de que renunciara en la anterior.

El primer día comieron en un japonés, práctica habitual en la empresa anterior, donde el jefe los llevaba de vez en cuando a todos en manada. Comentaron algunos detalles que le recordaron a cierta parte de la familia, lo que le hizo pensar hasta qué punto lo habían investigado, no hacen falta muchas coincidencias para entender que no se tratan de coincidencias.

Una de las particularidades del coworking era que podía abrir la puerta con el móvil, a través de un app que exigía permisos para conocer la ubicación. Menudo control. Al parecer querían saber en todo momento donde estaba.

El segundo día que fueron a comer a cargo de la empresa le llevaron a un restaurante chino, horrible, con todas las sillas tapizadas con la imagen de la cabeza de un ciervo y unos pobres peces naranjas a la entrada, demasiado grandes para lo que parecía una maceta de piedra convertida en pecera diminuta. El menú no presentaba mucho mejor gusto, la verdad. En los segundos, en la mitad de los platos a elegir se señalaba entre paréntesis (ligeramente picante) en la mitad de las 8 o diez opciones.

Se decidió por el “pollo gunpao”, el primero de la lista. Su acompañante lo secundó. Era una mujer mayor cuya madre acababa de fallecer y odiaba profundamente al pequeño perrillo que había heredado de ésta. Al parecer el sentimiento era recíproco. Fue la que hizo el comentario que le recordó a esa parte de la familia olvidada.

La jugada debió darse en dos tiempos porque desde la entrevista, al cabo de pocos días, ya notó cierto malestar que le llevó a urgencias incluso antes de firmar el contrato y tras el poco tino de estos (ninguno, en realidad), a pedir hora con el médico de cabecera la primera semana de trabajo, cosa más bien poco habitual. Entendió en seguida la cláusula especial sobre la situación de baja.

Bien, dicen que a los amigos hay que tenerlos cerca y a los enemigos, más aún. Y parecía dispuesto a llevar ese principio hasta sus últimas consecuencias. Volviendo al restaurante chino, fueron muy pronto, sobre la una y algo, de hecho ocuparon la primera mesa del turno.

Advirtió algunas miradas curiosas en las camareras, como disimulando cierta risa. Quién sabe, al final es bueno trabajar de buen humor. Y volviendo al “pollo gunpao”, bueno, pareciera que la salsa no tuviera muchos más elementos que un par de tarrinas de la salsa picante del kebab.

Algo exquisito en pequeñas dosis que resulta vomitivo a cucharadas. Al final el veneno lo hace la dosis. Esquivó conscientemente los platos señalados como picantes precisamente para eludir esa situación. Daba igual lo que hiciera o dijera, se diría que ya estaba hecho.

Pero no fue eso todo, al llegar al centro mismo del plato el bocado se tornó ácido como nada que hubiera comido antes. Le duró el sabor de boca dos días, a pesar del cepillado de dientes. Lo curioso es que en ese preciso momento el jefe le preguntó si estaba todo bien cuando aún estaba tratando de valorar qué es lo que estaba masticando. Tal vez le viera la cara, sin duda veía algo que él no: “Sí, bueno...demasiado picante”.

Tragó su bocado. No ardía, era simplemente el sabor más desagradable que jamás nadie pueda haber probado. No era, desde luego, un error de cocina. Podría serlo en todo caso lo del picante, aunque en cantidad, tampoco. Eran los términos reales del contrato, a la postre.

Salió del restaurante desairado. Recordaba la frase, de una conversación que en principio no tenía nada que ver con el contenido de su plato, entre aquellas dos personas, le dijo el jefe a su supuesta empleada: "bueno, supongo que a este ya lo podemos descartar."

“Ligeramente picante”, decía, "¿esto qué es, una broma?", saliendo del restaurante señalando la carta expuesta en el exterior.

Será porque el resto son “picante de la hostia”. La compañera también hizo notar que el plato no estaba bien. Pero no parecía que hubiera tenido la sorpresa del centro. Aunque a saber, al fin y al cabo él mantuvo en todo momento la compostura.

Vale. Que tengan lo que quieren. A ver si realmente lo quieren, después de todo. O no. mejor que no lo tengan, tal vez esperaban que devolviera la comida al plato, a saber. Al día siguiente, en el que procedía empezar con la tareas previstas sacó a su jefe del coworking con la excusa de hablar en privado. Era un día especialmente frío comparado con los anteriores.

-¿Quién ha montado este circo?

Se le escapaba la risa por dentro mientras trataba de seguir en su papel…:

-...estás ofendiendo a la empresa y...

-No, aquí la parte ofendida soy yo.

-...si algo está mal en un restaurante…

-Eso no es un error de cocina. ¿Qué te han contado de mí y quién ha montado este circo?

-...oye, no tengo tiempo para...

Tuvo que insistir para que entraran en el bar de la esquina, hacía frío y se le estaba secando la boca. El jefe por supuesto no tomó nada.

-O entramos o me voy.

Finalmente accedió. El resto de la conversación continuó en similares términos, seguía en su papel.

“Ves al médico”. “Diles que me dejen en paz”. “Se lo diré”, acabó reconociendo incrédulo. Sin duda sabía una pequeña parte que ocultaba, pero estaba muy lejos de comprender todo. Así funciona.

El peón es completamente ajeno a la estrategia de cada color, incluso al resto del propio tablero. Simplemente es movido.

Al cabo de unos días recibió un mensaje extraño en el móvil. Al parecer alguien había hecho una compra en el Zara de un centro comercial pijo y había puesto mal el móvil, le había llegado a él.

¿La compra? Apenas se veía en la foto, un chaleco de mujer blanco bordado. Nada se distinguía en la imagen y sólo se adivinaba un trapo blanco. Curioso. ¿Una bandera blanca?

La gente no tiene ni el tiempo ni la sensibilidad para prestar atención a determinadas sutilezas. No comprenden como funcionan algunas cosas. Casualidad, diría cualquiera. Y sin duda podría serlo. En función del contexto. Y en ese tiempo y ese contexto más que un error parecía una bandera blanca. La tomadura de pelo de entrevista que hizo una vez para Zara le recordaba bien la clase de gente con la que trataba. Ese tipo de gente que inicia una guerra enarbolando una bandera blanca.

Con tales seres, no existe posibilidad alguna de paz ni de dar ningún crédito a sus palabras, no conocen más que la mentira. Negarán, suplicarán, fingirán. Y seguirán mintiendo. Hasta las últimas consecuencias. El honor les es simplemente impropio.

La ecografía que ordenó el médico no reveló nada relevante. Aún así las molestias persistían. Fue él mismo el que sugirió una analítica ya que hacia mucho tiempo que no pasaba una revisión.

Se postergó un mes desde la visita. Al poco, segunda ecografía, de nuevo sin hallazgos. Aunque él sí vio en la pantalla una forma esférica la segunda vez, pero quién sabe interpretar esas imágenes. Fue curiosa la casualidad de que ambos responsables tuvieran acento argentino, en la primera y en la segunda. “Organificas”, dijo el primero, cuando el asistente lo llamó al ver algo que no le pareció claro. O bueno, por su expresión. La analítica sí que reveló un exceso significativo de neutrófilos, sin duda muy organificado.

Y bueno, si te han de envenenar, qué menos que en un hotel de 5 estrellas, ¿no?

***

En otro orden de cosas, en principio sin relación, a veces se quedaba sin tabaco en mitad de la noche. En esas ocasiones solía recurrir a una gasolinera cercana. Lo hizo durante varios años sin el menor problema, no es complicado: haces la cola, si hay, pagas, recoges el tabaco y te vas. Lo normal.

Sin embargo en el último año o así, había una cajera un poco especial. Siempre que iba estaba ocupada haciendo alguna otra cosa. Y te indicaba que esperaras para ser atendido. Más bien parecía fingir hacer algo, y fuera lo que fuera lo podía hacer en cualquier otro momento en el que no tuviera un cliente esperando. Es esa clase de juegos de poder psicológicos, sutiles.

Las primeras veces que lo hacía aguardó con paciencia. Un día le cogió de peor humor y picó con fuerza en el cristal incomodándola notablemente. El rostro se le enrojeció de ira. Entre ira y vergüenza ante la indiferencia de él. La vez siguiente que le hizo lo mismo ni siquiera compró el tabaco allí, salió de la cola recordándole a la puta de su madre y andó unos cientos de metros más hasta otro establecimiento más cabal.

Pero el asunto le dejó escamado, no era en absoluto normal. Ese tipo de provocaciones obviamente conscientes, con una perfidia impropia de un ser digno de llamarse humano. Al volver lo primero que hizo fue indagar en esas páginas con información de empresas. ¿Tal vez fuera la dueña que cubriera el turno de noche y su orgullo engreído le impidiera realizar sus tareas de una manera mínimamente razonable?

Y así buceó en algunos nombres, nombramientos y cargos… “Massó”. Curioso. Y en uno de los cargos secundarios anteriores, encontró una coincidencia llamativa. Uno de los nombres, tras algunos movimientos en los años recientes, a su vez tenía cargo en una empresa de un sector muy distinto. Una app para el móvil que se utiliza en principio para controlar accesos y que pide permiso para conocer la ubicación del dispositivo. Parece que había encontrado el talón de Aquiles.

“No eres tan importante”. Ésa fue una de las frases que le espetó el responsable de la empresa con matriz holandesa.

Tal vez no. Pero se diría que algunas personas se han tomado muchas molestias para producir no pocas molestias. Como mínimo tenerlo contratado un año, recontratarlo unos meses después con otra… Es curioso porque, en una de las primeras comidas con la empresa anterior, el jefe de allí hizo ciertos comentarios sobre el picante. Pero la gente no tiene memoria, ni tiempo ni sensibilidad para prestar atención a ciertas sutilezas.

Incluso crear una sucursal local en el país para contratarlo de nuevo. De las molestias ocasionadas en el funcionamiento de sus ordenadores privados, para qué abundar en ello. Muchas molestias, se han tomado. Para no ser tan importante. ¿Y todo por qué?

Por exponer la verdad. Por denunciar los abusos de una élite cobarde y oculta cuyo negocio es poner a otros a hacerse la guerra y patrocinar genocidios, desde hace siglos. Desde que el mundo es mundo, se diría. Al parecer no perdonan a los rusos lo que hicieron con los Romanov, quién sabe. Porque al final, tras años de estudio en diversos campos, la tesis que apunta a las 13 familias parece fundamentalmente acertada.

Bien se encargan de que la gente no sepa nada de lo que hay que saber, el poder del dinero es un poder omnímodo, se diría. Y ni siquiera aquellos que llevan a cabo sus designios saben qué sucede. Pensarán que lo hacen por alguna buena causa, guiados por alguna mentira y dando servicio al final a aquellos que les encadenan, tanto a ellos como al resto. Ni siquiera son conscientes.

No hay razón para hacer mucho drama de ello, al fin y al cabo la vida no tiene mayor interés rodeado de veneno. Y ni siquiera es la primera vez que lo intentan, ya en 2008 desaparecieron unos análisis de un centro médico privado tras un episodio… digamos, peculiar. Fue por esas fechas cuando empecé a prestar atención a determinados asuntos que hasta entonces había ignorado. Lo que llaman “conspiraciones”, en resumen. Y dirán que todo esto es la película de un esquizofrénico, sin duda. Pero la mala película es la realidad en que cree vivir la mayoría. Podría llevar por título: Inopia. Y aún se repite a veces el sabor, tras más de un mes. El de su ponzoña sin duda nos rodea toda la vida.

Golpean sin ser golpeados, se cuidan mucho de ofrecer un blanco donde devolver los golpes. Aunque lo cierto es que están bien identificados, con nombres y apellidos. No hay que engañar a nadie, si consideras que hay cosas aún interesantes que hacer en la vida dedícate a otros asuntos, porque estos suelen llevar al final del camino. No son palabras para tomar a la ligera.

***

Todos los jefes tienen un jefe, excepto el último. Puede que esas 13 familias sean el final del camino, o puede que no. “How long shall they kill our prophets while we stand aside and look, some say it’s just a part of it, we’ve got to fulfill the book”.

https://www.youtube.com/watch?v=yv5xonFSC4c

La estrofa anterior es de Redemption songs, de Bob Marley. Si uno presta realmente atención no es difícil comprender qué pasa. Yo no me perdería un detalle del video, claro que, como ya he avisado, las apuestas en esta mesa son altas. Algo que sin duda Marley averiguó. Y muchos otros, más conocidos y menos. La lista es seguramente interminable y qué duda cabe que, siendo como son las cosas, el mayor honor es poder inscribir tu nombre en ella.

Quién sabe, quizás el día que muera el último profeta los arsenales nucleares del mundo se activen automáticamente en su trayectorias predefinidas y esta vez sea por fuego en lugar de por agua. Y la canción sigue:

Emancipate yourselves from mental slavery, no one but ourselves can free our minds, have no fear from atomic energy ‘cause none of them can stop the time”

Supongo que al final todos tenemos un talón de Aquiles.

domingo, 27 de abril de 2025

Poseso

 -Padre, creo que estoy poseso.

-Querrá usted decir poseído.

-Pos eso.

 

 

lunes, 10 de marzo de 2025

El anillo de compromiso

En el caso de los hombres suele ser liso, de oro, y se lleva en el dedo anular, tal vez porque sea en el que menos molesta o por ese extraño rito que impide separar los dedos con el resto cruzados, a diferencia de los otros.

Es, a la postre, una honesta declaración de intenciones repecto a la sociedad de que uno se halla comprometido con otra persona y expresa la voluntad de hacer público y mantener ese compromiso.

Cierto tipo de transparencia llevada al terreno sentimental, aunque a buen seguro los habrá que prefieran vivir siempre en carnavales.

El tradicional anillo iría justo en la dirección opuesta a estos últimos, en teoría es una señal de advertencia ante cualquier posible flirteo. Eso en el caso de los hombres. Y en el caso de las mujeres, bueno, ellas suelen llevar muchos anillos.


domingo, 9 de marzo de 2025

Tilt!

En las antiguas mesas de pinball, aquellos armatostes que eran todo bombillitas, gomas y muelles, solía haber en algún lugar un letrero con la palabra "tilt" (inclinación, vendría a ser).

Sucedía que, si el jugador trataba de interactuar con la física del juego más allá de los controles destinados a ello (sendos botones de arcade por lo general en los laterales de la máquina), las letras "tilt" se iluminaban. Tal vez intermitentemente, con un sonido de advertencia.

En los modelos más modernos sonaba incluso una voz sintetizada: tilt, tilt... Y, si el jugador persistía en su conducta, los mandos terminaban por bloquearse. Con el inevitable desenlace en el que la hermosa bola de acero terminaba por escurrirse entre las pinzas ya inertes y las luces se apagaban: game over.

Lo cuento porque quizás algunos jóvenes no saben ya estas cosas.


 

 

 

lunes, 3 de febrero de 2025

Deconstruyendo Pulp Fiction

 

Marsellus es un hombre de negocios, de todo tipo, sobre todo ilegales que son los que dan más dinero. Todo el mundo que debe conocerlo en LA lo conoce.

El hecho de haber amasado una enorme fortuna no ha cambiado su forma de trabajar, sólo ha elevado de forma significativa la calidad de sus gustos. Y el interés por negocios especiales.

Y actualmente su interés está centrado en un objeto único, se diría que mitológico, que puede proveer de inmensa fortuna a su poseedor.

Es Antwan quien le habla de él, a la postre es una leyenda hawaiana, pero Antwan asegura que es real. Y no sólo eso, si no que tiene una pista sobre su paradero en Europa.

Marsellus envía a Vicent Vega a localizar dicho objeto y tras más de tres años logra hacerse con él en París a pesar de las renuencias de su poseedor, que no deseaba venderlo.

Hay unas reglas y la película explica lo que sucede cuando se quebrantan: la realidad se puede convertir de un momento a otro en una película de terror de serie Z, en un tebeo barato, una “pulp fiction”. Y es que, si juegas con algunos diablos, es posible que todo empiece a ir realmente mal. El problema es que nadie sabe cuáles son exactamente esas reglas y el hecho es que el objeto parece procurar fortuna e infortunio de forma desproporcionada a aquellos que lo rodean.

Pasó por muchas manos, algunas anónimas, otras muy relevantes. R L Stevenson, que lo poseyó durante algún tiempo, escribió sobre él. Antes de eso era una leyenda hawaiana de la que Antwan tuvo conocimiento de primera mano en su viaje hacia el continente, también del rastro europeo que seguiría Vincent.

El viaje a los EEUU no estuvo exento de incidentes, incluyendo un episodio surrealista en una conocida cadena de hamburgueserías en la que Antwan tuvo que desprenderse del objeto.

Antwan fue a recoger a Vincent al aeropuerto haciéndose cargo de la custodia de la maleta que lo portaba y de vuelta a entregárselo a Marcellus se detuvo en su hamburguesería favorita, Antwan tiene un problema con su peso, en palabras de Jules.

Pero no es su único problema: deudas de juego y otros asuntos pendientes que aparecen en el momento más inoportuno cruzando la puerta de una hamburguesería.

El trato entre Antwan y Brett, con el primero oculto bajo la mesa del establecimiento que ocupaba el segundo junto algunos amigos, era que debían entregar la maleta a las 7:30 del día siguiente en el club de Marcellus, a tenor del fajo de billetes que cogió sin demasiadas dudas:

-¿Sólo tengo que hacer eso? ¿sólo eso?

Antwan no quería arriesgarse a que sus cuentas pendientes se vieran saldadas in situ con el contenido de una maleta que custodiaba pero no le pertenecía. Las explicaciones que ofreció a Marsellus tras conseguir escabullirse de la pandilla que entró por la puerta de la hamburguesería Big Kahuna le convencieron tanto como para hacerlo arroja por el balcón.

Cuando llegó a su casa dos hombres le estaban esperando, uno de ellos le ofreció un teléfono móvil con Marsellus al otro lado: -¿Que se lo has dado al primero que pasaba? ? ¿En una hamburguesería? ... ¿Y crees que la van a traer? No sabes como me tranquiliza que sepas donde encontrarlo. Devuelve el teléfono, ya he oído bastante.

Y al tipo en el traje negro con un 45 en una mano y el teléfono en la otra, junto al oído:

-Hazme un favor, tira a ese gordo por la ventana, si el mundo está lleno de ángeles tal vez le salgan alas. -Entendido.

Justo después de colgar llama a Winston Wolf, no es barato, pero ni siquiera está en el país hasta el día siguiente: -...no deberías confiar esos trabajos a aficionados. -Se trataba de recoger una puta maleta, nada más.

Llama a Jules, su hombre en la zona, tiene una dirección y un encargo para él. Si a las 7:30 no ha recibido una llamada suya, deberá recuperar un maletín con un objeto muy especial en la dirección que le facilita. Deberá reunirse con Vincent lo antes posible, él podrá confirmar que es lo que buscan.

Es posible que Jules esté algo más chiflado que otros de la hermandad pero suele cumplir bien con los encargos. Cuelga el teléfono y mira un reloj de la pared contando las horas que quedan hasta las 7:30. Maldito Antwan. Le gustaría haber estado allí para verlo volar los cuatro pisos desde su apartamento. Se recuesta contra la pared, abatido por el contratiempo sin saber si podrá resolverse después de tanto trabajo invertido y teniéndolo ya tan cerca. Estira con tanta fuerza la toalla que le cuelga del cuello sobre el albornoz que se hace una molesta quemadura en la nuca, será una larga espera y tiene otros negocios que atender.

***

Recuperan la maleta y con ella la mala suerte del poseedor del objeto, la misma que hace que los disparos del colega de Brett atraviesen su blanco sin rozarlo.

La misma que hace que se dispare el arma de Vincent en el automóvil.

La misma que hace que se produzca un atraco en el lugar en el que Jules y Vincent se detienen a desayunar.

La misma que hace que el encuentro entre Vincent y Butch en el club se salde con la llave del segundo arañando la carrocería del Malibú rojo del primero, convenciendo definitivamente a Butch de que tiene otra opción distinta a lo acordado con Marsellus.

La misma que lleva a Butch de vuelta a su apartamento en el momento más inoportuno para Vincent.

Y la misma mala suerte que hace que Marsellus, ya con el objeto bajo su custodia, no sólo sea atropellado por Butch si no que termine en el sótano de una tienda con aficiones algo peculiares y que él sea elegido en primer lugar y no Butch.

*****

jueves, 23 de enero de 2025

Pero es Vivaldi

 

Se me ocurrió cometer lo que supongo que para algunos es un sacrilegio. Uno más.

Añadí una guitarra eléctrica al primer movimiento de El invierno de Vivaldi interpretado por una orquesta sinfónica, y naturalmente serían de esperar ácidas críticas.

“Suena desafinado”, podrían decir. Y yo diría: Ya, pero es Vivaldi.

 https://youtu.be/W2jc0InD4mE?si=6mdh18X8OgRfHvyW&t=1079

 

miércoles, 22 de enero de 2025

La granada

Se oye un ruido, como un explosión a poca distancia, inesperadamente fuerte. Al poco un tipo entra la sucursal bancaria dando un portazo con un brazo en alto, gritando. Eran los 80, cuando aún había dinero en los bancos y el papel tenía sentido.

-¡Tengo una granada! ¡O me dais la pasta o reventamos todos! ¡Reventamos todos!

Algunas miradas atónitas y unos pocos gritos entre los empleados y algunos pocos clientes del banco, aún estupefactos por la explosión que todos han oído.

El individuo, con cara de loco, despeinado y sin afeitar tiene todo el aspecto de un cliente descontento o tal vez algún exempleado que lleva varios meses en su apartamento desayunando bourbon en calzoncillos.

Nadie reacciona, todos se quedan paralizados. En dos zancadas se acerca al mostrado:

-A ver tú, el dinero. ¡El dinero!

La mujer mueve un poco los brazos a este lado y aquel sin saber en realidad que hacer con ellos, mira hacia atrás a un hombre que ha salido con la explosión de su despacho al fondo.

-¿No me oyes? ¡Que me des el dinero!

Sigue con el brazo en alto con la granada en la mano, tira de la anilla y se oye caer al suelo.

El hombre al fondo ni asiente ni niega, no dice palabra, y dicen que el que calla otorga.

La mujer empieza a juntar algunos fajos de diferentes colores y con manos temblorosas los pone más o menos amontonados sobre el mostrador.

-¿Eso? ¿Dónde está el resto? ¡Pon ahí todo el puto dinero!

La mujer vuelve a mirar hacia atrás al hombre del fondo que pide tranquilidad.

La cajera busca otros fajos bajo el mostrador y completa una pequeña montaña de billetes desordenador que amontonan sobre el mostrador y habría que coger con dos manos.

-¡Ah! Eso es… Un bolsa.

-¿Qué?

-¡Una puta bolsa, una bolsa! Ponlo en una bolsa.

Mira hacia los lados titubeando y tartamudea:

-No tenemos…

-¡Me cago en dios!

El individuo da unas pocas zancadas y accede por un lateral al mostrador pasando por delante del hombre del fondo que mantiene las manos levantadas sin que nadie se lo haya pedido. Se oye algún pequeño grito de nerviosismo.

Entra en el pequeño recinto, mira a su alrededor, a un lado y a otro, agarra una papelera con la mano libre, aún sosteniendo la granada presionando la palanca para que no estalle, y la vacía en mitad del suelo. En el mismo movimiento la deja caer sosteniendo la bolsa que contenía papeles rotos y algunos envases y se la ofrece a la cajera. Ésta va introduciendo los billetes, sólo se oye el ruido de la bolsa de plástico y finalmente se la extiende al hombre, que se gira alterado a un lado y a otro:

-Gracias. ¡Que tengan todos un buen día!

Un hombre sale de la sucursal con un bolsa en la mano. Se pone unas gafas de sol. Mira a hacia un lado y el otro. Saca un cigarro de un paquete en el bolsillo interior de la cazadora. Eleva una granada, pulsa un botón y aparece una generosa llama. Lo enciende y echa a andar con la bolsa en la mano. Aquellos fueron buenos años.