Se oye un ruido, como un explosión a poca distancia, inesperadamente
fuerte. Al poco un tipo entra la sucursal bancaria dando un portazo
con un brazo en alto, gritando. Eran los 80, cuando aún había
dinero en los bancos y el papel tenía sentido.
-¡Tengo una granada! ¡O me dais la pasta o reventamos todos!
¡Reventamos todos!
Algunas miradas atónitas y unos pocos gritos entre los empleados y
algunos pocos clientes del banco, aún estupefactos por la explosión
que todos han oído.
El individuo, con cara de loco, despeinado y sin afeitar tiene todo
el aspecto de un cliente descontento o tal vez algún exempleado que
lleva varios meses en su apartamento desayunando bourbon en
calzoncillos.
Nadie reacciona, todos se quedan paralizados. En dos zancadas se
acerca al mostrado:
-A ver tú, el dinero. ¡El dinero!
La mujer mueve un poco los brazos a este lado y aquel sin saber en
realidad que hacer con ellos, mira hacia atrás a un hombre que ha
salido con la explosión de su despacho al fondo.
-¿No me oyes? ¡Que me des el dinero!
Sigue con el brazo en alto con la granada en la mano, tira de la
anilla y se oye caer al suelo.
El hombre al fondo ni asiente ni niega, no dice palabra, y dicen que
el que calla otorga.
La mujer empieza a juntar algunos fajos de diferentes colores y con
manos temblorosas los pone más o menos amontonados sobre el
mostrador.
-¿Eso? ¿Dónde está el resto? ¡Pon ahí todo el puto dinero!
La mujer vuelve a mirar hacia atrás al hombre del fondo que pide
tranquilidad.
La cajera busca otros fajos bajo el mostrador y completa una pequeña
montaña de billetes desordenador que amontonan sobre el mostrador y
habría que coger con dos manos.
-¡Ah! Eso es… Un bolsa.
-¿Qué?
-¡Una puta bolsa, una bolsa! Ponlo en una bolsa.
Mira hacia los lados titubeando y tartamudea:
-No tenemos…
-¡Me cago en dios!
El individuo da unas pocas zancadas y accede por un lateral al
mostrador pasando por delante del hombre del fondo que mantiene las
manos levantadas sin que nadie se lo haya pedido. Se oye algún
pequeño grito de nerviosismo.
Entra en el pequeño recinto, mira a su alrededor, a un lado y a
otro, agarra una papelera con la mano libre, aún sosteniendo la
granada presionando la palanca para que no estalle, y la vacía en
mitad del suelo. En el mismo movimiento la deja caer sosteniendo la
bolsa que contenía papeles rotos y algunos envases y se la ofrece a
la cajera. Ésta va introduciendo los billetes, sólo se oye el ruido
de la bolsa de plástico y finalmente se la extiende al hombre, que se
gira alterado a un lado y a otro:
-Gracias. ¡Que tengan todos un buen día!
Un hombre sale de la sucursal con un bolsa en la mano. Se pone unas
gafas de sol. Mira a hacia un lado y el otro. Saca un cigarro de un
paquete en el bolsillo interior de la cazadora. Eleva una granada,
pulsa un botón y aparece una generosa llama. Lo enciende y echa a
andar con la bolsa en la mano. Aquellos fueron buenos años.